Consumidora pro nobis

Querido regalo de empresa

El regalo corporativo es un mal necesario que proporciona no pocos sinsabores a quienes lo reciben: que se animen a tirar la primera piedra los que no tengan un bolígrafo feo con logotipo vergonzante en algún bote para lápices de su casa, o algún un objeto supuestamente decorativo, fruto de la artesanía de comarcas con fuerte identidad, que después no se logra maridar —empleando la terminología del enólogo— con ningún otro cachivache de los que pueblan nuestras estanterías Billy.

Pero el panorama está cambiando en el mundo de lo promocional y lo corporativo: si bien la bolsa de lona impermeable del IX Congreso nacional de enfermedades cardiorrespiratorias, por práctica que sea, no dan ganas de sacarla a la calle, no sucede lo mismo con las bolsas procedentes de festivales y muestras de cine. De hecho, hay una especie de mercadillo negro de bolsas de de este tipo que se comercializan en librerías especializadas en cine. Ese caballero que comienza a encalvecer rejuvenecerá como mínimo cinco años si, en vez del maletín sosete donde transporta sus documentos, se decanta por la mochila que reza "IV Muestra de cortometrajes de Úbeda". Otras alegres novedades en regalos promocionales, pero esta vez de índole perecedera, tienen lugar en congresos y jornadas, o cuando se participa como miembro del jurado en premios variopintos. Adios al trasto cerámico, al trofeo bizarro con base de mármol: el noble aceite de oliva virgen, el no menos noble jamón de Teruel loncheado o el vino dulce Pedro Ximénez son regalos infinitamente más valiosos que los anteriores, y ya empiezan —créanme— a tener presencia como obsequios de promoción. La vuelta al pago en especies genera menos residuos y además, se puede mojar pan en ella.

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