Contraparte

Tsipras ha perdido, Alemania no ha ganado

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Isidro López (@suma_cero)

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No hay ningún precedente en la historia europea reciente de una aceleración del tiempo histórico cómo la de los últimos días. El motivo: la negociación de las condiciones del tercer rescate griego. Desde luego aceleración, pero también una montaña rusa política y emocional que nos ha llevado, con la misma intensidad, a celebrar la victoria y llorar la derrota de la democracia frente al poder económico. Más allá de volver a constatar la capitulación de Alexis Tsipras frente a la brutalidad de las imposiciones alemanas, habría que volver sobre la densidad de los acontecimientos recientes para poder trazar las líneas de conflicto que se abren a partir de ahora.

Lo primero que se debe constatar es que el referéndum del día 5 abrió un terreno hasta ahora desconocido en el proceso de construcción de la Unión Europea. El poder financiero se ha hecho hegemónico en la Unión gracias a la alianza con los intereses políticos de Alemania. Pero esta hegemonía ha funcionado en la medida en que su carácter partidista y de clase era poco menos que invisible. Los dictados de la Unión Europea han sido tomados como resultado de la lógica neutral de la economía y no como la materialización de los intereses de las finanzas desplegados por el poder coordinador y decisional de Alemania.

En 2011, Grecia hizo tambalear, por primera vez, esta ficción con el amago de convocatoria de un referéndum por parte del gobierno del PASOK. Cómo se recordará este fue respondido con un golpe de Estado blando por parte de la UE. Alemania retiró a Papandreu y situó al tecnócrata Papadimos al frente del gobierno griego. Abrió así una fase política en la que ya nadie podía pensar que la austeridad y la deudocracia eran simplemente la respuesta económica racional a los pecados de los gobiernos nacionales, cuanto la agenda política que marcaban los intereses de la alianza entre Alemania y el poder financiero. Ninguna lucha contra la austeridad y contra el yugo de la deuda podía ya contentarse con eliminar a su gobierno nacional, sino que tenía que abrirse paso a escala europea y enfrentarse a Alemania.

La victoria de Syriza y, muy en concreto, el referéndum del pasado día 5, han sido el punto culminante de esta fase política que se abrió en 2011. El referéndum griego ha sido la máxima expresión del enfrentamiento de las poblaciones sometidas a la austeridad frente a Alemania y las finanzas. En este sentido, conviene enfocar este episodio en relación con el desafío a la hegemonía alemana y no como una cuestión de racionalidad económica. El propio gobierno alemán, tras retirar a Papandreu, dirigió en 2012 una quita de la deuda más ambiciosa que la que Syriza situó como punto central de sus reclamaciones en su vuelta a la mesa de negociación tras el referéndum. El pueblo griego se cargó de legitimidad en la consulta democrática y eso dejó en evidencia a Alemania (a sus élites), incapaces de parapetarse tras la neutralidad de la lógica económica, con la que históricamente habían ocultado sus intereses políticos, entendiendo por estos su posición central en el proceso de acumulación a escala europea. Una posición que le proporciona innumerables ventajas competitivas y que las apuntala en el rol de gestor de la riqueza que producimos entre todos los europeos.

No es de extrañar que la propia Angela Merkel haya calificado el referéndum de "ruptura de la confianza", lo que justificaría la salvaje demolición del gobierno de Syriza. Aquí "confianza" quiere decir un acuerdo tácito entre élites por el cuál, las oligarquías de cada país se comprometen a contener los efectos del neoliberalismo europeo en el interior de sus fronteras y a no señalar a los gobiernos alemanes como poder continental vigente. Un acuerdo que Syriza tenía el mandato democrático de impugnar.

El referéndum desnudó, para vergüenza de todos los europeos, el uso partidista y disciplinario que el Estado alemán hace de las instituciones europeas. El bloqueo de los mecanismos de financiación extraordinaria del Banco Central Europeo, el famoso ELA, para generar un corralito en Grecia que erosionase al gobierno de Tsipras fue visto por el pueblo griego, y por buena parte de la ciudadanía europea, como la creación de un estado de excepción financiera destinado a evitar la victoria del No en el referéndum y no como ningún tipo de consecuencia económica necesaria. Desde el punto de vista Alemán, y de sus aliados en el norte y el este de Europa, el bloqueo del ELA es la concreción de la amenaza disciplinaria de salida del Euro, con la que se lleva atacando a Grecia, y a cualquier posición potencialmente insumisa a la austeridad, desde el comienzo de la crisis. No hay mecanismos jurídicos rápidos para la expulsión de un país del Euro y las consecuencias financieras de una expulsión formal son imprevisibles. No obstante, un panorama de asfixia prolongada del sistema financiero griego hubiera provocado, más tarde o más temprano, la emisión de alguna forma de moneda nacional para evitar el deterioro de las condiciones sociales en Grecia.

La formulación del referéndum griego provocó una ola de simpatía inmediata en una buena cantidad de países de la Unión Europea, especialmente en aquellos más golpeados por la austeridad pero también en otros como Francia, recelosos de su posición subalterna a Alemania y sumergidos en un largo estancamiento económico. Como hemos visto desde el comienzo de la crisis, el divorcio entre las poblaciones europeas y sus gobiernos es, en este asunto, casi irreversible. En España tenemos un buen ejemplo, el Partido Popular ha sobrevivido en la medida en que se le ha permitido suavizar las políticas de austeridad por miedo a que Podemos capitalice el brutal descontento que genera. En cuanto tengan que volver a ellas, y tendrán que volver, adiós Partido Popular. En una Unión Europea democrática, Tsipras se hubiera presentado en la mesa de negociación con el apoyo de sectores de la población europea muchísimo más amplios que ese 60% de griegos que dio su apoyo masivo al rechazo de la austeridad.

Pero la Unión Europea no es una democracia. El enfrentamiento se ha formulado entre gobiernos de Estados nacionales: Alemania, la cuarta economía del mundo que controla una moneda única ―que, hoy por hoy, somete a todo un espacio económico continental― frente a Grecia, un pequeño país destrozado por un lustro de sometimiento a los intereses financieros. Tsipras tenía otras opciones que no pasaban por aceptar las despiadadas condiciones con las que Alemania ha querido humillarle, pero eran opciones de guerra económica total: por ejemplo, el impago a los 90.000 millones que debe directamente a Alemania a través de los mecanismos de financiación europea, algo que era extraordinariamente complicado de asumir por Grecia en solitario. Otra opción, por supuesto, era la salida del Euro "desde abajo", a petición de Grecia, una opción que, independientemente de los riesgos generales que entraña, tal y como ha argumentado un firme defensor de esta postura como Costas Lapavitsas, no está pensada cómo solución a una crisis agónica como la de estas semanas.

De alguna manera, por debajo de sus brutales imposiciones, Alemania ha mordido el anzuelo que le tiraba el referéndum griego y ha puesto fin a cualquier posibilidad de hegemonía europea basada en el consenso. Si durante décadas el poder alemán sobre el continente ha funcionado en tanto resultaba poco visible, ese modelo de ejercicio del poder murió en la madrugada del domingo al lunes. Alemania ha destrozado a Tsipras pero para hacerlo se ha quedado con la fuerza económica bruta como único recurso para controlar una Eurozona que únicamente se mantiene unida por el temor al disciplinamiento económico por parte del poder alemán.

Estados Unidos ha percibido perfectamente que Alemania ha quedado completamente deslegitimada para ejercer sus funciones como capitalista colectivo continental, esto es, como aquella entidad hegemónica que vela por la estrategia del capital a medio y largo plazo. Por eso no ha tardado, a través de su departamento del Tesoro y del FMI, en pedir una amplia quita griega como condición a su participación en el tercer rescate. Desde luego, Estados Unidos ya no tiene el poder unilateral de sentar a los miembros de una zona monetaria integrada, como es la zona euro y obligarles a firmar un acuerdo, pero es muy consciente de los riesgos que entraña la posición alemana en un momento en el que se agotan las formulas con las que los bancos centrales han contenido los perfiles mas agresivos de la crisis. La frágil estabilidad económica global se resquebraja por su polo de crecimiento: China.

Con su obsesión patológica por castigar el desafío democrático de Tsipras, el gobierno alemán ha convertido la Eurozona en una zona de guerrillas contra la austeridad, ahora claramente percibida como una simple herramienta de su proyecto de poder continental. Es el caso de la propia Grecia, donde la vuelta de tuerca a las políticas de austeridad deudocrática no tardará en traer una nueva recesión y un nuevo ciclo de luchas, que, muy posiblemente no capitalizará Tsipras, pero que aún tiene a su disposición a figuras icónicas como Yanis Varoufakis. También en el resto de los países meridionales de la Unión Europea, en los que la disolución de los efectos de las políticas expansivas del BCE y la vuelta a los recortes y las privatizaciones, no augura ningún final feliz a la crisis política.

Pero, ojo, la crisis política no sólo se produce del lado de la izquierda (Podemos en España), sino también del lado de la extrema derecha. Marine Le Pen, reconvertida de forma oportunista al antiausteritarismo euroescéptico, no ha hecho sino consolidar su posición en estos meses. Le Pen  está detrás de la posición de contención de un François Hollande que representa hasta un punto paródico la inoperancia de la socialdemocracia europea. Cómo ha sucedido tantas veces a lo largo de la historia, Tsipras ha quedado en el umbral de la muerte, víctima del tamaño de su desafío democrático a más de treinta años de proyecto neoliberal europeo, pero ha abierto una brecha democrática por la que otros se van a colar. De nosotros depende que ese agujero se llene de redistribución de la riqueza, derechos y democracia, y no de nacionalismo, racismo y guerra.

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