Contraparte

La crisis de los refugiados es la crisis de Europa

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Isidro López (@suma_cero)

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Parece cada vez más evidente que la mal llamada "crisis de los refugiados" es la forma política que está adoptando la crisis económica en los países centrales de Europa. Mal llamada porque en otras épocas de mayor esplendor y pujanza económica, Europa ni habría pestañeado en incorporar a su fuerza de trabajo, activa o de reserva, apenas un millón de refugiados. La crisis no es otra que la crisis de Europa.

La crisis de los refugiados, convertida en objeto político y cultural, es el enganche que tienen los pobres y los que tienen miedo a caer en la pobreza de los países centrales y del norte para expresar un estado de escasez, de "no hay para todos". Es la constatación de la muerte del discurso del sur pobre y el norte prospero. El norte y el centro están llenos de fracturas sociales y económicas que se expresan de forma reactiva y xenófoba. Gracias a la "crisis de los refugiados" sabemos que hay comedores sociales en Berlín, o que en Mecklenburg-Antepomerania, donde ha subido como la espuma AfD, las tasas de paro no son escandalosas porque no hay un sólo joven que no emigre.

Sin querer establecer un desarrollo mecánico entre las formas de la crisis política y las de la crisis económica, se puede avanzar que en países como en España o Grecia, el hecho de que la crisis se haya desplegado como un desplome de la estructura social entera, por debajo del 20% con mas recursos, ha facilitado que la impugnación política resultante haya apuntado hacia las élites casi antes que a una guerra entre pobres. En cambio, la crisis de los países del centro es diferente, paulatina, por goteo. Los estados son todavia lo suficientemente potentes como para detener en torno a determinadas lineas del espacio social, los efectos mas brutales de la crisis. Sin embargo, a lo largo de los últimos diez años estás líneas han ido retrocediendo dejando caer a cada vez mas sectores sociales en la pobreza y la marginación. Algo por cierto, que en países como Francia o Bélgica, tiene además una expresión étnica de segunda y tercera generación directamente, esta si y no la llegada de refugiados, relacionada con el aumento del islamismo.

Este ritmo paulatino pero inexorable impide, o ha impedido hasta ahora, una visión colectiva de la crisis como una instantánea salvaje, que destruye, al menos temporalmente, todas las legitimaciones de las élites gracias a su innegable dimensión masiva compartida. La crisis de los países centrales se ha vivido mas como un resentimiento y un revanchismo compartido por nichos de identidad relativamente estancos en su posición de relegación. Resulta curioso que los países anglosajones se encuentren en una posición intermedia y sean las expresiones de ambos tipos las que pelean por dar un sentido político dominante a la crisis económica.

En España, donde tuvimos una crisis de impugnación total de las elites, hemos tenido la responsabilidad de transmitir este sentido a los contextos europeos. Y la seguimos teniendo. Sin embargo, es de temer, o al menos hay que estar lo suficientemente atentos, para que el paso de la recesión abierta al estancamiento económico, con el impás político que ha traído, no sólo no traiga consigo el mismo tipo de expresiones reactivas que suceden en los contextos mas estables del centro. Si no que, de manera mas callada e insidiosa, estas expresiones no se infiltren en nuestros dispositivos políticos del cambio. Con el asunto de los manteros estamos teniendo un primer aviso. El antídoto es relativamente sencillo, aunque complicado porque las inercias empujan en la dirección opuesta, mantener siempre la perspectiva política mas allá de lo que sucede en nuestras estrechas fronteras y entender en toda su profundidad que nuestras ciudades ya no son sólo blancas y españolas.

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