Corrígeme si me equivoco

La mascarilla. Esperando el siguiente fin del mundo.

Tenemos símbolo. La mascarilla sanitaria es ya, definitivamente, el icono del fin del mundo primavera 2009. Y no siempre hemos podido disfrutar de uno tan claro e identificable para el armagedón.

 "Hola, ¿te acuerdas de mí, que hablamos aquella mañana cinco minutos antes del fin del mundo?" De este modo me presenté hace unos días a Celia Montalbán, directora y presentadora del programa "No somos nadie" de M80, con quien sólo había hablado telefónicamente en su programa. Creo que fue cuando lo del acelerador de partículas del CERN, que había de crear un agujero negro que nos tragara a todos. O quizá fue durante alguna otra de las periódicas catástrofes que han de acabar con nuestro planeta una vez al año (dos, con suerte). Aquella vez no pudimos visualizarlo bien, la amenaza era un haz de partículas subatómicas o algo así. Iconográficamente abstracto.

 El fin del mundo que nos ocupa actualmente es el de gripe de la mascarilla (porcina, A, N1H1, nueva, americana, mexicana, etc). Parece que va cediendo el clamor apocalíptico, que se estanca, que la mascarilla pierde potencia icónica. Nos alegramos. Y un poco no. Fuera caretas (nunca mejor dicho): nos gusta pensar que se acaba el mundo mañana más que rebañar la salsa del puchero con el dedo. Fantasear con que en unas horas se acabarán las obligaciones, las responsabilidades, los quebraderos de cabeza, la rutina. Es tan excitante sacar la cabeza por el precipicio y contemplar el abismo que, al final de la crisis cíclica, nos sentimos secretamente decepcionados ante el anuncio de que el peligro ha pasado.

 Así que mientras se desarrollan los acontecimientos del presente Apocalipsis, antes de guardar la mascarilla en el cajón mental de los disgustos pasados, me permito alimentar desde estas líneas nuestra común y vergonzosa veneración a Tánatos. Ahí va un terror planetario a largo plazo: el asteroide Apofis (o Apophis, o asteroide porcino, enmascarado, como queráis) pasará muy cerca de la Tierra en 2029. Si choca con algún otro asteroide y nos cae encima producirá un efecto superior al de 40.000 bombas atómicas. Que sí, que lo he leído en la Wikipedia. Aunque hasta entonces habremos vivido muchísimos más fines del mundo, por supuesto.

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