Crónicas insumisas

Posible balcanización de Siria

Tica Font, Directora del Instituto Catalán Internacional por la Paz y miembro del Centre Delàs d’Estudis per la Pau.

La ejecución de un clérigo Chiita en Arabia Saudí, el ataque a la embajada de Arabia en Irán y la ruptura de relaciones diplomáticas entre los dos países profundiza la intención de Irán y Arabia Saudí de constituirse en potencias políticas regionales que lideran las dos grandes corrientes religiosas, complica una más la búsqueda de soluciones al conflicto bélico y tensiona las alianzas que mantenían los países occidentales en la región, en especial el apoyo de los Estados Unidos a los saudíes.

En los tres últimos años Obama ha llevado acabo movimientos de acercamiento a Irán, con el objetivo de que éste renunciara al programa de fabricación de armas nucleares, dicha renuncia ha comportado el levantamiento de sanciones económicas y su reinserción al concierto de naciones; todo ello supondrá que lentamente Irán normalizará las relaciones económicas y diplomáticas con muchos países, la acción de normalización más significativa políticamente se producirá cunado Estados Unidos vuelva a abrir su embajada en Teherán. Esta aproximación a Irán ha deteriorado las relaciones con Arabia Saudí e Israel.

Este pequeño giro de EEUU que permite la normalización internacional del régimen iraní, es percibido por Arabia Saudí e Israel con mucha preocupación, de manera que en la medida que Irán va siendo reconocido internacionalmente las acciones de tensionar más la situación por parte de ambos se van incrementando. Las relaciones y las alianzas de los norteamericanos en la región, no corren peligro, el congreso norteamericano sigue aprobando la exportación de armamento altamente tecnificado a los países del golfo e Israel e incluso la ejecución del clérigo chií no ha sido condenada por EEUU y su posición pública se ha limitado a pedir a ambos países que rebajen la tensión entre ellos.

Desde la invasión de Iraq y el inicio de la desestabilización de Oriente Medio Arabia Saudí e Irán compiten por controlar la región, compiten por ser la potencia regional imperante y ambos utilizan las diferencias religiosas entre chiitas y sunitas para conseguir sus objetivos políticos de control sobre la región y los recursos de la misma. Tensionar y exacerbar a la población de cada corriente religiosa dentro o fuera de sus países ha sido la estrategia política y militar que se ha seguido. Tanto Arabia Saudita como Irán instrumentalizan la religión, como elemento que les permita convertirse en potencia del chiismo o del sunismo.

Irán, pretende enarbolar la defensa del chiismo, agrupar a su alrededor a los chiitas del Líbano, de Iraq, Siria, de Bahréin o Yemen. Para Irán, Siria y el régimen de Bachar el Asad representan su primera línea de defensa y por eso presta apoyo político, económico y militar a El Asad. Por otra parte Arabia Saudí se enfrenta a Irán a través de apoyar a las facciones religiosas sunitas e incrementar las tensiones sectarias religiosas entre las facciones chiitas y sunitas dentro de su país y a nivel regional.

Ambas potencias se enfrentan militarmente entre ellas a través de las guerras de Siria, Irak o Yemen y las llevan a cabo enfrentando, radicalizando y exacerbando las fracciones religiosas. Las dos potencias son regímenes teocráticos, ninguna de las dos potencias está dispuesta a permitir que se produzcan reformas sociopolíticas de carácter secular en la región. Arabia Saudí ha financiado a los rebeldes sirios salafistas y a las facciones yihadistas, con la finalidad de eliminar las milicias seculares.

Hace cinco años que se inició el conflicto de Siria, la guerra continua y cada vez hay más actores implicados en la misma con diversidad de intereses. Ninguna de las partes del conflicto tiene capacidad suficiente para ganar la guerra, la guerra continua gracias a los apoyos externos que recibe; pero las consecuencias de esta guerra son conocidas, una gran catástrofe humanitaria con ocho millones de personas desplazadas, cuatro millones de personas exiliadas, más de 300.000 muertos y 65.000 desaparecidos.

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