Culturas

Lumet, por ejemplo

CON CEDILLA// SEBASTIÀ ALZAMORA 

A sus 84 tacos, el muy venerable director Sydney Lumet se ha descolgado con una película magnífica, tan amarga como estremecedora: se trata, como los lectores espabilados sabrán sin duda, de Antes que el diablo sepa que estás muerto, o de cómo una mala situación (pero que todavía tiene arreglo) se convierte en un desastre sin recuperación posible a causa de la codicia, la estupidez y la inconsistencia moral. Seca, dura y concisa como un garrotazo en la cabeza, la visión de este film deja aturdido al más pintado y obliga al más optimista a salir de la sala con gesto meditabundo, si no cabizbajo. Quedan avisados, pero cuidado: que ni ésta ni cualquier otra sinopsis más o menos sombría les disuada de acudir a ver esta lección de composición narrativa (Lumet conduce el relato con deslumbrante magisterio) e interpretativa
(el trío Albert Finney-Phiplip Seymour Hoffmann-Ethan Hawke funciona a pleno rendimiento, y Marisa Tomei está perfecta en el papel de cabeza de chorlito caprichosa e infiel). En fin, no les explico nada más, no sea que la pifiemos, pero resumiendo, no se la pierdan.

Veteranía
Y es que –cuando hay talento– la veteranía sin duda es un grado, y a ciertas edades los buenos creadores ya hace tiempo que han aprendido a dejarse de puñetas e ir directos al grano de la mejor forma posible. Salvando diferencias, Antes que el diablo sepa que estás muerto me hizo pensar en la también excelente Saraband, de Bergman, en ese colosal testamento fílmico que fue Los muertos, de John Houston, sobre el relato homónimo de James Joyce, o en las grandes películas que a su provecta edad nos ofrece Clint Eastwood con encomiable frecuencia: ya tengo ganas de ver la que ha estrenado en Cannes, aunque nadie me va a hacer creer que ese filete llamado Angelina Jolie haya sido capaz de hacer ningún gran papel, como se dice por ahí. Por excelente que llegue a ser un veterano –y Eastwood lo es– lo que no se puede hacer son milagros.

Argumentos, por favor
En una entrevista, al preguntarle qué le había decidido a rodar Antes que el diablo..., Lumet no titubeaba: "El argumento". Y añadía: "La historia me pareció muy ingeniosa, muy inteligente, cargada de tensión y melodrama de primera calidad. El melodrama, ¿sabe?, es un género que no gusta mucho ahora, pero a mí me encanta". Santas palabras que más de uno haría bien en tatuarse en algún lugar visible de su anatomía. Abundan en el cine catalán, y en el español, películas facturadas con corrección, incluso con brillantez formal, pero faltadas –o carentes del todo– de argumentos, de buenas historias que las sostengan. Contra eso, fijémonos en lo que recetan los maestros –Lumet, por ejemplo– con astuta sencillez: más melodramas y menos gaseosas.

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