Culturas

Pobre de mí

¿SOY YO O ES LA GENTE?// ANTONIO OREJUDO 

Para ser nacionalista sólo se necesita que alguien diga lo mal que se come en tu pueblo o lo fea que es la ermita. Entonces sientes una cosa por aquí, que va subiendo: es el nacionalismo. Para dejar de ser nacionalista basta, como decía Ferlosio, con unos minutos de autosugestión.

Vehicular
Antiguos estudiantes de Estados Unidos me han escrito y me han preguntado si Barcelona es un buen sitio para practicar español. Han leído cosas por internet estos días. Yo les sigo diciendo que sí. Lo diré siempre, aunque Cataluña consiga algún día ser una nación soberana e independiente, como acaban de declarar los nacionalistas de Convergència. ¿Que por qué? Porque al día siguiente de convertirse en nación soberana e independiente, ese Gobierno presidido por Artur Mas, o por otro parecido, iniciaría contactos con el Gobierno español para alcanzar algún tipo de acuerdo que permitiera enseñar español como lengua vehicular, signifique lo que signifique esta espeluznante palabra. ¿Tú sabes la cantidad de extranjeros que van a Barcelona para aprender español?

Caspa
Las manifestaciones del folclore nacionalista me parecen todas grotescas. Sin excepción. Me sucede como con las religiones, no me parecen ocupaciones y creencias para gente adulta. Una virgen con dilataciones, un paraíso con huríes si mueres matando en la guerra santa. Desde las sevillanas hasta la jota aragonesa, pasando por la sardana, el chotis, la muñeira y por ese danzarín vasco que da saltitos de bienvenida. Me estoy acordando ahora mismo de esas ofrendas del Barça a la Moreneta cuando gana la Liga. O de esas otras, igualmente patéticas, del Real Madrid a la Almudena. Nacionalismo deportivo y religión: demasiada pureza para mi organismo. Esos jugadores musulmanes que tienen que arrodillarse ante la Virgen de la nosequé  merecen un capítulo aparte en la ‘Enciclopedia General de la Caspa’, todavía por escribir.

San Fermín
Y por supuesto los sanfermines, que ahora retransmiten por televisión. Me extraña que las cadenas autonómicas nunca hayan cubierto el lanzamiento de la cabra por el campanario o la decapitación de los pollos colgados. Mucha gente estaría allí, a primera hora de la mañana. Y no faltaría una marca comercial que patrocinara la retransmisión. A mis 45 años, cumplido el primer cuarto de mi larga vida, puedo decir que voy camino de conseguir lo que una vez me propuse: morir en la cama habiendo testado y sin haber acudido jamás a las fiestas de San Fermín.

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