Culturas

Un monstruo en la intimidad

HORÓSCOPO CHINO// JULIO VILLANUEVA CHANG

En una fotografía no muy conocida, Hitler aparece abriendo una caja de regalos con cara de ilusión. David Ballardo, un editor clandestino, halló ésta y otras fotos del dictador nazi en un mercado callejero de París. Un anónimo las había pegado no en un álbum sino en unas cartulinas negras y habían llegado así, sin anotaciones, hasta un vendedor de antiguedades. El único rasgo común de todas esas fotos era presentar a un Hitler con su uniforme militar pero en situaciones íntimas, como un amigo de los niños, las plantas y los animales. En otra fotografía de esta colección, Hitler aparece cargando a la hija de Goebbels, su ministro de propaganda. En otra, Hitler intenta alcanzar la hoja de un árbol a través de una ventana. En otra, Hitler persigue por un jardín a un pavo real. No parecen ser parte de una estrategia de imagen de un secuaz neonazi. Parecen sólo un curioso intento de mostrar la otra cara, no menos auténtica, del demonizado dictador alemán, alguien que también fue un adicto al dibujo y la pintura, y tuvo ilusiones de arquitecto.

Fotografiar a alguien suele ser documentar una emoción. Ver a un genocida e hipnotizador de masas cargando a una niña puede producir un cortocircuito, una descarga eléctrica de una ternura sospechosa. Así la emoción no viene tanto de la situación retratada sino de la paradoja entre la reputación satánica que tenemos del personaje y sus posibilidades verdaderas de conmoverse ante una niña o la hoja de un árbol. Aunque de otra naturaleza, una emoción paradójica similar sucede cuando uno revisa el libro "Picasso & Lump", donde el fotógrafo David Douglas Duncan retrata escenas íntimas de Picasso y un perro teckel, la mascota del fotógrafo. Lump llega como un intruso a vivir en la vida del pintor a su casa cerca de Cannes y son cómplices a primera vista. En una foto, Picasso, un hombre con reputación de no haber sido muy amable con sus mujeres ni con sus mascotas, aparece cargando al perrito ante la mirada sorprendida de su última esposa. En otras, Picasso recorta una caja de galletas llena de azúcar y le da la forma de un conejo para que el teckel devore esa espontánea obra de arte. En otra, Picasso sostiene la cabeza de Lolita, una hembra teckel, para que Lump se monte sobre ella en una boda canina en la que el pintor fue el padrino. De eso se trata recordar a alguien y la emoción de ver fotografías propias y ajenas.  

Un día Picasso le dijo al fotógrafo dueño del perro: "Lump tiene lo mejor y lo peor de nosotros". Ver a gigantes emocionados frente a cosas pequeñas produce una fascinante incredulidad. En esas fotos caseras de Hitler no es notable la voz del fotógrafo ni eso que Cartier Breson llamaba el instante decisivo. No son situaciones irrepetibles: sólo fotos familiares que uno ya no las puede ver con la mirada del fotógrafo de entonces sino casi con la mirada de un turista que se pasea por la vida privada de un monstruo de la historia.

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