Culturas

El tamaño y su importancia

LETRAS DE CAMBIO // EVA ORÚE

Hubo un tiempo en el que la primera prueba que un libro debía superar en el proceso de selección editorial era la del peso. «Demasiado grueso», se justificaban quienes lo rechazaban, ajenos por completo al legado cultural de Petete, adalid del libro gordo.

No pesan los kilos.

Lo pensé cuando recibí Crónica del antifranquismo, de Fernando Jáuregui y Pedro Vega (Planeta): 1.117 páginas y, según mi báscula —en la que no confío cuando se trata de mi propio peso, pero ésa es otra cuestión—, 1.700 gramos. Galaxia Gutenberg se acaba de atrever con las 1.200 páginas de Vida y destino, de Vasili Grossman, una novela extraordinaria. Y aún no sé cuántas tiene Las Benévolas, de Jonathan Littell (RBA), cuya edición francesa superaba las 900, hecho éste que no intimidó a quienes la plebiscitaron en las librerías. Ensayos largos, novelas ambiciosas... las cosas están cambiando.

Transporte ligero.

Tengo para mí, aunque no es una certeza demoscópicamente demostrada, de que durante una época, entre los editores españoles se instaló la convicción de que para los consumidores del libro era difícil sacar tiempo. De que la gente sólo leía en el metro, el autobús o el cercanías porque, de vuelta a casa, las obligaciones y la tele eran una competencia imbatible. Ergo, se hacía necesario reducir el tamaño de las obras para que cupieran en bolso y cartera. Pronto, los consumidores rechazaron la mayor: no les importaba cargar con un tocho si éste les garantizaba una lectura entretenida. A El código Da Vinci me remito: a lo largo de meses y meses, fue imposible desplazarse en transporte público sin avistar a unos cuantos viajeros abducidos por Dan Brown. Las víctimas colaterales de este proceso fueron los lectores fetén, apenas una pequeña parte del total de los compradores de libros, gentes a las que tanto da el tamaño, y a las que se negó el placer de una lectura que reclamara dedicación y sosiego. Afortunadamente, tras la publicitada vuelta del hombre, ahora...

Vuelve el lector.

Y él ni se deja amedrentar por una obra extensa, ni rehúsa el placer de un texto sabroso concentrado en un formato que aspira a ser tarro de esencias. Por eso también en los últimos tiempos menudean los libros de tamaño reducido (no confundir con el libro de bolsillo), que apuestan por textos a los que las ediciones al uso les quedaban muy holgadas, que ofrecen calidad literaria y al tiempo satisfacen el fetichismo de lectores amigos de lo reducido. Porque al final, convénzanse, el tamaño no importa.

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