Culturas

Provocadores y disciplinantes

DE AQUÍ PARA ALLÁ// MARTÍN CASAREGO

En este mundo lleno de ruido, para destacar hay que hacer las cosas bien, tener suerte y a veces, además, contactos. Claro que, como lo primero es muy difícil, hay quienes toman el atajo del grito. Si tienes suerte y contactos, el grito será amplificado y se superpondrá al ruido.

Una sociedad llena de ruido
Si alguien se limita a hacer muy bien su trabajo, a menudo, en esta sociedad llena de ruido, eso no es suficiente. Cierto que provocar, insultar, gritar, puede también ser un mérito. Pero depende de qué se diga, y dónde, y cuándo. Para gritar, por ejemplo –sí, admito que el grito puede ser un acto poético y artístico–, "¡Viva el Tibet libre!" en el centro de Pekín, hace falta mucho valor. Para hacerlo en la Plaza Mayor de Madrid, basta con estar muy concienciado.

Provocadores
En nuestros días, criticar a la Iglesia Católica es facilísimo, en la Plaza Mayor y en cualquier parte: ella misma nos proporciona numerosísimos motivos, y encima sale gratis. No se precisa ni ingenio ni valor. Por eso hay tantos artistas provocadores que lo hacen. A mí me resultan muy aburridos... ¿Por qué cualquiera pinta una Virgen desnuda con un consolador, y muy pocos osan caricaturizar a Mahoma? La respuesta es evidente: reírse de Dios, cuando Dios se llama Alá, puede costar muy caro. Ser valiente es difícil, y los artistas no suelen serlo más que el resto de los mortales.

Disciplinantes
A veces, sin embargo, hay que reconocer que la Iglesia riza el rizo. La penúltima polémica se debe a una exposición de uno de esos artistas agitadores de conciencias (así se llaman ellos), Alfred Hrdlicka. En La Última Cena, los doce Apóstoles y Jesús, borrachos, parecen protagonizar una orgía homosexual. En La Crucifixión, un verdugo azota a Cristo, a la vez que le agarra los genitales. Hasta aquí, como ven, todo bastante normal y trillado. Lo que hace diferente este asunto es el lugar de la exhibición: el Museo de la Catedral de Viena. Los católicos austriacos y alemanes están indignados, no con el artista, sino con quien ha permitido la exposición, Christoph Schönborn, cardenal de Viena, y tenido por ultraconservador. Quizá lo sea, tanto que es como uno de esos disciplinantes, que se fustigan a sí mismos. Muchos se han ido de la Iglesia por voluntad propia. Parece que a los que aún quedan, la propia Iglesia les quiere echar, y esto sí que es nuevo. De pronto se me ocurre que quizá la verdadera obra de arte, el verdadero happening, sea el del cardenal Schönborn, y nadie -ni el mismísimo Hrdlicka- se ha enterado.

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