Posos de anarquía

El Nobel de la Pez

Hoy se hace entrega del Nobel de la Paz a la Unión Europea (UE); todo un insulto al testamento del fundador de los premio, Alfred Nobel, que estipuló que "la totalidad de lo que queda de mi fortuna quedará dispuesta del modo siguiente: el capital, invertido en valores seguros por mis testamentarios, constituirá un fondo cuyos intereses serán distribuidos cada año en forma de premios entre aquellos que durante el año precedente hayan realizado el mayor beneficio a la humanidad".  Y la UE no ha realizado, ni mucho menos, ese mayor beneficio.

La paz no es únicamente la ausencia de guerra, entendida ésta como el enfrentamiento bélico, sino la convivencia tranquila, sin tensiones provocadas, por ejemplo, por situaciones de desigualdad. Y precisamente la desigualdad se ha ido incrementando en los países de la Unión Europea de manera alarmante, incluida, la venerada Alemania. Sólo en los últimos años, la UE ha mirado a otro lado cuando países que la componen -entre ellos España-, iniciaron una guerra ilegal contra Iraq; no sólo ha obviado ocupaciones ilegales como la de Marruecos en el Sáhara Occidental sino que, además, la ha explotado con acuerdos de pesca ilegítimos; ha consentido deportaciones de gitanos rumanos; ha visto con buenos ojos el trato inhumano que reciben los inmigrantes en Grecia, muchos de ellos refugiados, con tal de que no avancen por Europa...

Ni siquiera hay igualdad de género, pues menos del 14% de los embajadores europeos y menos del 5% de los ministros de la UE son mujeres. Y ahora, por vía de la troika, la UE se ha convertido en una de las mayores generadoras de miseria en todo el mundo, desmantelando los Estados de Bienestar europeos para perpetuar el sistema de privilegios de la élite económica dominadora, destruyendo todas las conquistas logradas por la clase trabajadora durante décadas y entregando un cheque en blanco al empresario, legalizando la explotación. De hecho, nunca antes hubo tanta inseguridad jurídica como ahora en la UE, puesto que cualquier ley que suponga una garantía para los más desfavorecidos es susceptible de ser borrada del mapa, como se han encargado de hacer, entre otros, el gobierno de España con el aplauso de los Estados Miembro.

Por todo ello, más que el Nobel de la Paz, debería denominarse el Nobel de la Pez, ya saben, del meconio, de la primera defecación de los bebés. Sin embargo y aún después de lo expuesto, tampoco debería sorprendernos el premio, sobre todo si miramos a quién lo otorga. A fin de cuentas, es como si el gremio de ladrones nombra personalidad del año a Jaume Matas o Rodrigo Rato, por ejemplo, según sus criterios sin duda que lo son. Algo parecido pasa con el Nobel de la Pez, cuyo jurado es el Storting (Parlamento) noruego.

Noruega, en realidad, no forma parte de la Unión Europea. Nunca ha querido pertenecer -el último referéndum, en 1994, así lo ratificó- porque, de serlo, con total seguridad sería un donante neto. A fin de cuentas, es el sexto mayor exportador de petróleo del mundo y el segundo de gas; de hecho, la cuarta parte del gas natural que se consume en Europa es noruego. En lugar de ser un Estado Miembro, prefiere quedar al margen (de esa solidaridad) pero participando de pleno en el mercado común.

¿Qué pensaría Alfred Nobel si conociera este Premio a la UE? Seguramente le aterraría, pero no menos de lo que le aterraría su propio país, el que otorga los premios. Los Premios Nobel son, en realidad, fruto del remordimiento de un empresario que a su muerte se arrepintió de haberse hecho rico con la minería y a costa de las guerras (inventó la dinamita). En 2011 el Gobierno de su país exportó armas, municiones y otros materiales militares por casi 3.900 millones de coronas (algo más de 530 millones de euros), un 50% más que en 2010. Su propio ministerio de Exteriores admite que, por ejemplo en la guerra de Iraq, al menos 200 víctimas civiles murieron por armas noruegas.

Así que, y con el antecedente de Obama, ¿de qué nos sorprendemos porque la UE sea Premio Nobel de la Paz? El año que viene, igual le cae al FMI, quién sabe.

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