Posos de anarquía

Qué hay detrás de la fachada del Papa Francisco

El paso del Papa Francisco por la Eurocámara ha vuelto a convertirse en una perfecta acción de marketing del Vaticano, cuya onda expansiva ha alcanzado, incluso, a Pablo Iglesias. El secretario general de Podemos ha declarado en varias ocasiones su interés en conversar con el pontífice, convencido de los puntos en común que comparten. Y es que si por algo se ha caracterizado el Papa ha sido por lanzar mensajes de lucha contra la pobreza y la desigualdad... en teoría, lo que cualquier Papa debería hacer, pero sus fieles -y los no tan fieles- han conseguido que lo normal se convierta en extraordinario, lo que no deja en muy buen lugar a sus antecesores.

Sin embargo, ha pasado más de un año y medio desde su llegada al Vaticano y el pontífice no ha tenido más que palabras y algún que otro buen gesto, pero ninguna acción de relevancia, mucho menos encaminada hacia la profunda renovación que requiere la Iglesia que lidera. Esperemos que éste no sea otro punto en común con la formación de Iglesias y las buenas palabras y gestos de la nueva formación política sean respaldados con ese esperado programa y actos concretos en un plazo inferior.

¿De qué han servido hasta la fecha todos los buenos gestos que llevaron al nuevo Papa a ser personaje del año de Time? ¿Acaso ha cambiado en algo la Iglesia que dirige? No y como muestra, el turbio caso de pederastia de Granada, del que la Conferencia Espiscopal llegó a admitir que se había enterado por la prensa mientras su sumo pontífice actuaba por otro lado. Uno no sabe qué es peor, si pensar que nos mienten o que dentro de la Iglesia existe tal incomunicación en un asunto tan grave que cada archidiócesis se administra como un cortijillo más... a las pruebas me remito, con el mantenimiento como profesor de religión del seglar acusado.

El Papa Francisco ha tenido más de un año y medio para, por ejemplo, cambiar el Código de Derecho Canónico que impuso Juan Pablo II en 1983 y que lleva la gestión de la Iglesia al más puro absolutismo medieval -la separación de poderes es inexistente-, en donde la gestión colegiada no tiene cabida y las bases de la Iglesia son ninguneadas. Si el argentino quiere cambiar algo durante su pontificado y, además, pretende que esa renovación se prolongue con sus sucesores, modificar ese Código sería el primer paso. Sin embargo, no ha hecho el más mínimo intento... ni siquier un gesto de esos que gustan tanto.

La Iglesia Católica está pidiendo a gritos una renovación, mucho más ambiciosa que la del Concilio Vaticano II, a punto de cumplir 50 años y que se ha visto reducido a su parte más conservadora gracias a Juan Pablo II y Benedicto XVI. Un conservadurismo que se percibe en la marginación de los curas que realmente luchan a favor de los más necesitados a pie de calle, de hospital o de cárcel, más allá de pedir marcar la X en la Declaración de la Renta. Así me lo contaba un sacerdote que se bate el cobre en el sur de Madrid, el mismo que llegaba a decir que el Catecismo de la Iglesia Católica de Juan Pablo II "está lleno de errores doctrinales, errores científicos y aunténticas locuras morales".

Contra todo eso, el Papa Francisco no ha movido ficha, dando cabida a un machismo recalcitrante en el seno de la Iglesia, que rebaja a la mujer al tiempo que alaba los ideales femeninos en la figura de María, que prolonga el celibato y prohíbe el matrimonio de los sacerdotes a la vez que los casos de pederastia se multiplican. Por no hacer, no ha rehabilitado o siquiera llamado a los teólogos inhabitados en el pasado, a los teólogos perseguidos por Juan Pablo II y su inquisidor Ratzinger, como Schillebeeckx, Boff, Curran, Balasuriiya o, incluso, el obispo de Evreux Gaillot, que tras sus enfrentamientos con el gobierno francés por su lucha a favor de la integración de la inmigración, su apoyo a la causa palestina o su frontal oposición a la Guerra del Golfo fue castigado y retirado en 1995 a Paternia.

Es hora de actuar, de dejar los dicursos y los gestos puntuales a un lado y de afrontar la realidad de la Iglesia Católica, su necesaria depuración y modernización a los nuevos tiempos, de eliminar frases del Código de Derecho Canónico del tipo de "la Iglesia tiene el derecho nativo de exigir de los fieles los bienes que necesita para sus propios fines", de permitir oficialmente la anticoncepción o de desterrar  la idea de que quien se divorcia y se vuelve a casar "contradice objetivamente la ley de Dios", entre otras muchas cosas.Y, sobre todo, basta de actitudes como desacreditar y desoir a sus propios curas que disienten con pasajes como los de la segunda epístola a los corintios: "son falsos apóstoles, que proceden con engaño, haciéndose pasar por apóstoles de Cristo. Su táctica no debe sorprendernos, porque el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz" (2Cor 11,13-14).

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