Posos de anarquía

Las elecciones en Andalucía se adelantaron en 2014

Es posible que lo largo del día la presidenta andaluza, Susana Díaz, anuncie la fecha (finales de marzo) de las elecciones anticipadas en su Comunidad. Que nadie se llame a engaños. En su mente, astuta y manipuladora al más puro estilo Rubalcaba, las elecciones ya se adelantaron el año pasado. Que Pedro Sánchez pudiera dar un primer golpe en la mesa en su carrera hacia la secretaria general no fue casual: Andalucía le proporcionó casi 14.400 avales, más de un tercio del total. Sólo en Sevilla, sacó nada menos que 4.600 avales, todo un golpe de autoridad frente a sus rivales Eduardo Madina y José Antonio Pérez Tapias, más aún considerando que la relación de Sánchez con Andalucía es como la mía con Siberia. Respaldo con recado: Me debes una.

Sánchez era, a los ojos de Susana Díaz, el candidado más cómodo para sus planes, incluso, para haberse postulado ya el año pasado como candidata a la presidencia de España. Lo dudó, lo dudó mucho, pero tuvo a poderosos en su propio partido y en los medios que cuestionaron su ambición. Fue entonces cuando, seguramente, ideó un plan perfecto: ¿Por qué no adelantar las elecciones andaluzas, fiel a su mantra "Andalucía es lo primero, porque siendo fuertes aquí [hablando por el PSOE], lo somos en España"?

Presumiblemente ganaría las elecciones y tan sólo tendría que esperar un mes y medio y en mayo el PSOE volvería a decepcionar con sus resultados en las elecciones municipales y autonómicas. Pedro Sánchez, al que se le ha exigido como a ningún otro secretario general del PSOE (ojalá hubieran exigido una décima parte a Rubalcaba tras su primer descalabro electoral del que él, a diferencia de Sánchez, fue una de las causas), sería muy cuestionado, hasta el punto de temblar los pilares de su candidatura en la carrera hacia La Moncloa. Aparecería Díaz entonces como la salvadora, la mesías del PSOE, sin forzar demasiado como en cambio sí habría hecho de dar el paso adelante en septiembre de 2014.

Quedan flecos, en esta teoría. Por ejemplo, ¿cómo justificar el adelanto electoral? En la raíz del problema se encuentra Alberto Garzón, aunque Susana Díaz no lo admitirá en público. Garzón, malagueño de pro, es muy querido en Andalucía y desde que es quien se postula como candidato de Izquierda Unida para las Generales, Díaz se desvela. ¿Por qué? Porque Garzón rompe la pinza PSOE-IU, siendo más amigo de una cercamiento con Podemos, con quienes tiene muy buena sintonía. El mismo Podemos, con Teresa Rodríguez al frente, puede ser una amenaza para el PSOE y, Susana Díaz, quiera atajar ese problema sin darles tiempo a reaccionar. Dejar que pase algo más del año que falta para cumplir con el calendario electoral ordinario podría reforzar demasiado a Podemos, al menos lo suficiente para que pactara con IU y sacara históricamente al PSOE del Palacio de San Telmo.

Por este motivo, Díaz ha creado tensiones artificiales con IU, para hablar de inestabilidad y, de este modo, justificar un anticipo de las elecciones. Un ejemplo de ello es la prohibición al vicepresidente Diego Valderas de viajar a los campamentos de refugiados saharauis "por no interferir en la política exterior de España". No sólo ha quedado Díaz como una dirigente para la que el fin justifica los medios -antepone los negocios a los fines humanitarios con refugiados que, además, fueron españoles- sino que se retrata como una perfecta manipuladora.

Finalmente, resta el tema del embarazo -algo casual, pero que cuadra en fechas-, y no hablo de un tema de conciliación -que en España no existe-, sino de una mera cuestión de recuperación física para poder afrontar compromisos políticos. Con las elecciones andaluzas anticipadas, Díaz está en plena forma para la campaña. Saldría de cuentas hacia el mes de julio, perfecto para la recuperación y volver a la carga para las Generales, a las que se presentaría como una cuestión casi de Estado, asumiendo que tras descalabro electoral de mayo, Sánchez no es buen candidato y, siguiendo su argumentario, que no se puede dejar al país en manos del PP  y mucho menos de Podemos. Con esos cálculos ya conciliaría mejor de lo que lo hizo la vicepresidente Sáenz de Santamaría, que tardó diez días después del embarazo en dejarse ver en primera línea política y no respetó ni 6 semanas -la llamada cuarentena- para volver a tope.

Quizás me equivoque pero, ¿a que no suena tan descabellado?

 

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