Syriza ha vuelto a imponerse en su tercera cita a las urnas en nueve meses. Hay que admitirle el mérito, como hay que destacar una nueva derrota de la derecha de Nueva Democracia, que se ha quedado a siete puntos de los de Tsipras. Sin embargo, ni en Grecia ni mucho menos en el resto de Europa se ha visto la explosión de alegría que se experimentó nueve meses atrás, ni siquiera la vivida con el renferendum.
Y es que en un país donde el voto es obligatorio que la abstención haya rondado el 45% (un 8% más que en las primeras elecciones) cuando se sigue jugando tanto es muy significativo. La ilusión se ha esfumado y Tsipras ya no sale reforzado. Muchos de los que han vuelto a votarlo lo han hecho con más resignación que fervor. Y Tsipras lo sabe; sabe que ha defraudado a buena parte de su pueblo, sabe que la convocatoria de aquel referendum podría haberle encumbrado al Olimpo de los dioses si tras ganarlo hubiera dimitido antes que aceptar el chantaje económico impuesto desde Berlín. No lo hizo y con ello, no sólo muchos griegos se sintieron defraudados sino, además, timados.
Y sin embargo, Tsipras se ha quedado a seis escaños de la mayoría absoluta, a pesar de que las encuestas pronosticaban casi un empate técnico con Nueva Democracia. ¿Cuál es la lectura que podemos hacer de eso? Que Syriza, a pesar de lo mencionado anteriormente, es un mal menor. Los partidos tradicionales siguen percibiéndose como un mal mucho mayor y, si me apuran, con el origen de todos sus males.
La resignación gana elecciones y eso es lo que, ya aquí en España, le hacen temblar las rodillas tanto al PP como a PSOE. Salvando las distancias, el bipartidismo se percibe de esa manera y, si bien el encanto por las alternativas se ha ido diluyendo en el sentir de las calles, lo cierto es que podría ser suficiente para impedir que el bipartidismo se hiciera con el poder de nuevo. La situación de partida es mucho más favorable tanto al PP como al PSOE de lo que lo era en Grecia a Nueva Democracia o al PASOK y parecen estar rearmándose en los últimos meses.
A ello hay que sumar el hecho de que al otro lado, la izquierda está implosionando con una polarización artificial que, de seguir así, terminará por ser un regalo con lazo y moñas para el bipartidismo. En su mano está poner remedio a ello y, al tiempo que es capaz de ilusionar a buena parte de ese tradicional 40% de abstención, continuar viendo a PPSOE como el origen del mal, como parte del problema y no de la solución porque, por lo general, sus soluciones son nuestros problemas.
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