Posos de anarquía

Malditos símbolos

Malditos símbolos
Un lazo amarillo ante el Palau de la Generalitat. / EFE

Vivimos tiempos convulsos en los que se pierde el norte con demasiada facilidad. Los símbolos son sólo eso, símbolos, elementos que representan una idea, una entidad... Otorgar a esa representación más peso del que les corresponde, normalmente en detrimento de lo que simbolizan, es un error, y eso es precisamente lo que se ha hecho, bien sea con los lazos amarillos, las esteladas o la bandera de España.

La polémica de los lazos amarillos comienza a rozar el  ridículo por ambas partes: mientras Torra se pone gallito al dictado de Puigdemont, Arrimadas rompe lacitos en el Parlament... ¿Y Catalunya? ¿Y los problemas que lastran el día a día a la ciudadanía catalana? No son pocos y ni gobierno ni oposición se ocupan de ello, centrados en la batalla de los símbolos. El independentismo es una cuestión a resolver pero mientras algun@s buscan una salida (otr@s sólo quieren aplicar el artículo 155 sin saber qué harán después), también es preciso abordar otros asuntos de entidad. Rechazar un presupuestos que traían un soplo de aire fresco a la Hacienda catalana fue una equivocación que hoy paga todo el pueblo catalán.

Este sinsentido de símbolos se ha trasladado también a la enseña nacional. Quienes no hacen más que enfundarse en la bandera de España y centrar su discurso en la unidad del país, en tratar de extender un pensamiento único, son los primeros que se limpian el trasero con la roja y gualda. ¿Qué sentido tiene besar la bandera de España mientras se discrimina a quienes viven bajo ella? ¿De qué le vale a las personas que viven en riesgo de exclusión besar la bandera si quienes lo hacen les privan de la Sanidad o la Educación públicas de calidad? De nada... y buena parte de esas personas apartadas en guetos sociales son españolas, no lo olviden quienes sacan pecho de patriotas.

Personalmente, esa distinción a mí me da igual, pues del mismo modo que reclamo justicia social para un español o una española, lo hago para quien llega de otro país. En este mismo espacio lo he repetido muchas veces y jamás me parecen suficientes: no creo en los patriotas, sino en quien vive y contribuye para que las personas de su entorno, del pedazo de tierra en el que habitan, tengan un mayor bienestar. Un pedazo de tierra que puede ser donde naciste o donde llegaste, me da exactamente igual. Mientras los abanderados no entiendan eso, seguiremos soportando discursos huecos aferrados a tiras de raso o trapos multicolores que cada vez representan menos lo que un día llegaron a simbolizar.

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