Punto de Fisión

Las gafas de Gallardón

Fue Tarantino quien advirtió que Superman es el único superhéroe que no lleva máscara, que su psicología funciona justo al revés de la de Spiderman o Batman, hombres de carne y hueso tocados por un poder superior al lado de un extraterrestre con apariencia humana que necesita unas gafas para perderse entre la muchedumbre. Con las gafas, Superman se transforma en Clark Kent, un periodista algo patoso que parece tímido y blandengue pero que en realidad podría partir un edificio de una toba.

Del mismo modo, en medio de la plana mayor ultramontana del PP, plagada de bichos raros y señoras caníbales, Gallardón es el único que aparenta normalidad, el único que pasa por ser un tipo sensible y cultivado, con su antepasado musical y sus guiños progres, hasta el punto de que al emborracharse, como sin querer, le sale de vez en cuando un balbuceo sarasa. Aznar usaba un truco similar para parecer humano: decía que leía poesía árabe y que hablaba catalán en la intimidad, también aseguraba que conducía harto de vino como si todos los fines de semana rompiera la barrera del sonido en la ruta del bacalao, pero no hay forma de imaginarlo más que haciendo abdominales de mil en mil y deletreando en voz alta el manual de instrucciones de la minipimer.

Sin embargo, a Gallardón, ese Clark Kent justiciero, el truco le funciona gracias a las gafas, aún cuando planee extender el concepto de aborto hasta la masturbación o le confirme el marquesado al nieto de Queipo de Llano, aquel famoso locutor de radio que patentó la defecación por la boca mucho antes de la fundación de Telecinco. Queipo de Llano hacía la guerra radiofónica alentando el fusilamiento general para que España se fuese haciendo a la idea y la violación indiscriminada para que los legionarios no echasen de menos a la cabra. Ese forofo del genocidio sigue enterrado a día de hoy a los pies de la Macarena, con todos los honores militares y las bendiciones eclesiásticas, lo cual es como si Goebbels tuviera un túmulo con vistas en la catedral de Colonia, pero es que aquí siempre estuvo muy claro de qué bando estaba Dios.

El tiranousario del franquismo reina en los museos con su prestigio intacto y su etiqueta azul de salvapatrias, mientras incontables muertos anónimos duermen el sueño eterno bajo las cunetas, removiéndose en busca de una placa, un recuerdo, un pellizco de justicia retrospectiva, como los muertos de Paracuellos, por ejemplo. Aparte del marquesado, sólo falta, para insultar un poco más la memoria de las víctimas, que Gallardón se vaya a mear a las cunetas y que institucionalice el 18 de julio como día nacional de la meada. Podría empezar por la tumba de Lorca, si supiéramos dónde está enterrado, pero por favor, que no se quite las gafas.

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