Punto de Fisión

Ruiz-Mateos mimo

 

Hay obras de teatro que no pasan de moda, que no dan tregua en las carteleras; la gente acude en masa una tarde tras otra, recorren geografías, trasvasan a otros idiomas y nadie acierta a descubrir el secreto de su éxito. Por ejemplo, la Navidad. Por ejemplo, la Semana Santa. Por ejemplo, Ruiz-Mateos, que lleva décadas haciendo de Ruiz-Mateos y nunca nos cansamos de verlo: el hombre siempre le da un giro nuevo al personaje, un acento, un capón, un énfasis.

En los primeros tiempos, cuando empezaba en esto del teatro, Ruiz-Mateos exageraba un poco; como todos los actores jóvenes creía que era mejor chillar que susurrar, golpear que marcar el golpe. Todavía se pensaba que la justicia en España iba en serio, pero en seguida descubrió que no, que la justicia era como la ley o los impuestos: una tontería, una cosa de pobres. Fue la época en que empezó a vestirse de Superman y se ponía en jarras ante los juzgados para pasmo y delicia de fotógrafos, quienes sabían que con un carrete de Ruiz-Mateos ya tenían de sobra para tirar otra semana.

Más tarde, cuando fue indagando en los entresijos del espectáculo, se quitó la capa de Superman y apareció con su disfraz de mártir, un papel más acorde con sus creencias y más ajustado a esa cara suya, sufrida y quejicosa, una cara de Bélmez que ya la hubiera querido para sí cualquier caballero del Greco. Así dio con esa veta inesperada de comediante católico, capaz de encontrar las risas del público en medio de su propio calvario, como un Cristo al que, en lugar de clavos, crucifican a tartazos.

Del "te pego una leche" al "me estoy muriendo" hay todo un proceso de simplificación, de despojamiento dramático donde el chiste alcanza el hueso; la misma distancia que va del paraíso al paraíso fiscal, del Opus Dei al Opus Night. No fue Ruiz-Mateos quien acuñó el concepto aquel de "la justicia es un cachondeo", pero nadie lo ha llevado más lejos que él, que se descojona de los jueces un día sí y otro también: señoría, usted no sabe con quién está hablando; señoría, es que no encontré taxi; señoría, es que me rompí un dedo, sí, éste, de tanto hacerle la peineta; señoría, es que usted no es juez, sino jueza.

En sus últimas actuaciones, la maestría del viejo cómico ha llegado a tal punto que puede soltar sus frases sin un solo rictus de más, sin mover apenas un músculo, nos recuerda a Marcel Marceau sólo que con cera en lugar de maquillaje. No podemos esperar al clímax del Juicio Final, cuando le diga a Dios Padre que no va a poder ir, que él se creía que el cielo estaba en Suiza.

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