Punto de Fisión

La vida de Ryan

 

Tal vez, mientras estoy escribiendo esto, docenas de pasajeros de Ryanair estén vomitando, sangrando por los oídos o sufriendo ataques de pánico a cinco mil metros. Con toda seguridad hay cientos de incautos que, mientras ustedes leen esto, acaban de descifrar la letra pequeña del contrato y descubrir que, si por cualquier causa falla el avión de vuelta tienen que buscarse el retorno por sus propios medios: una circunstancia sumamente divertida si uno se encuentra con la familia y un montón de maletas en un mostrador del aeropuerto de, digamos, El Cairo. De lo que no cabe la menor duda es que ahora, ahora mismo, hay miles de personas que han regresado vivas de un vuelo con la alegre compañía irlandesa y dudan entre dar gracias a Dios o ciscarse en todos sus muertos.

También es muy probable que muchos de los que me leen hayan viajado con Ryanair y nunca les haya sucedido nada malo. Que hayan encontrado su forma de transportar ganado aéreo rápida, barata y eficaz, y hayan ganado incluso un vuelo gratis a Berlín en una de esas ruidosas rifas con las que la compañía ameniza sus odiseas. Que considere que se puede volar a Londres ida y vuelta por 30 euros (más o menos el mismo precio de un trayecto medio en taxi desde el centro de Madrid hasta Barajas) sin pasarse por el forro de los reactores las más elementales normas de seguridad. Es muy posible que hayan volado en Ryanair sin sufrir abusos, sin que hayan intentado estafarlos a la hora de embarcar, sin cobrarles un impuesto revolucionario por un kilo de más en la maleta, sin ver cómo dos gañanes apañaban una ventanilla rota con cinta aislante o sin padecer una invasión de ladillas en pleno vuelo.

También habrá comandantes, pilotos, mecánicos y azafatas encantados de trabajar con una compañía de negreros donde se trabaja el doble que en las otras y se cobra la mitad. Eso por no hablar de todos esos tristes aeropuertos de pueblo donde no vuela ni Dios pero que Ryanair mantiene abiertos y operativos gracias a un par de aterrizajes semanales no necesariamente forzosos y una subvención millonaria por parte de las autoridades locales.

Cada uno habla del baile según le va en él, es verdad. Para qué hacer caso de la mala prensa. También he conocido viejecitos a puñados, aparte de Mayor Oreja, que hablan maravillas del régimen de Franco porque dicen que a ellos nunca les pasó nada malo durante la dictadura. Todo eso de las torturas en los cárceles, los niños robados en las incubadoras, los muertos en las cunetas, la policía que se ensañaba a hostias a la primera de cambio, bah, cuentos chinos. Si uno se quedaba quietecito en su asiento, como en Ryanair, no te pasaba nada malo. El comandante les agradece la confianza.

 

 

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