Punto de Fisión

Esperando a Mahoma

 

Pocas profecías políticas se han refutado de forma tan brutal, ridícula y expeditiva como la del Fin de la Historia. Poco después de la caída del Muro, el profesor Francis Fukuyama auguró que el liberalismo democrático se impondría pacíficamente en todo el mundo dando a luz una sociedad sin clases y una humanidad sin conflictos. Hoy, a sólo dos décadas de su publicación, las tesis de Fukuyama se leen con una mezcla de hilaridad, irritación y lástima. Si es que todavía las lee alguien.

Porque hace sólo dos décadas, a vista de pájaro, el cuento de hadas de Fukuyama parecía casi al alcance de la mano. Era sólo al bajar a tierra cuando uno tropezaba con los árboles y eran árboles bien gordos, todo un bosque de ismos (nacionalismo, terrorismo, fundamentalismo) entre los que media Europa volvió a bañarse en sangre mientras Estados Unidos seguía a lo suyo, Rusia regresaba al tiempo de los zares y el Medio Oriente al Medievo. De repente, un escritor era acusado de blasfemia, como en los tiempos de la Inquisición, y su cabeza puesta a precio por un gobierno de clérigos dirigido por un anciano iracundo. Y casi nadie hizo nada. Muchos, desde académicos suecos a novelistas de izquierda comprometidos, dijeron que la culpa era de Rushdie por meterse en camisa de once varas.

Hoy, cuando con la excusa de unos dibujos los fanáticos amenazan otra vez con el infierno, no hay que olvidar que lo que está en juego aquí no son unas caricaturas de Mahoma, ni el derecho a mofarse de unas creencias, sino la libertad de expresión, nada más y nada menos: la piedra angular de nuestra cultura. A poco de publicarse Los versos satánicos, vi un debate televisivo en que varios arabistas discutían si el escritor angloindio había cometido herejía o apostasía, y mientras aquellos sabios elucidaban tranquilamente sobre semántica comprendí que estábamos perdidos: vi la rugiente horda de barbudos que entraba a saco para devolvernos a un mundo donde los libros estarán prohibidos, las mujeres serán otra vez ganado y los hombres peleles temblorosos que se arrodillan ante dioses incomprensibles.

Me temo que Fukuyama se equivocaba pero mucho y que, si no espabilamos pronto, la historia va a dar otra vuelta de campana donde nuestra orgullosa civilización occidental, exhausta y bizantina, será barrida del mapa por los bárbaros como fueron barridos los aqueos y los romanos. Cuando empiezas a preguntarte si tu mejor arma no será la goma de borrar dan lo mismo tanques que helicópteros que misiles intercontinentales. Ni todo el fuego del átomo puede nada contra una idea, así que más nos vale decidir cuanto antes en qué coño estamos pensando.

 

 

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