Punto de Fisión

No dimitirás

 

Lo de no dimitir jamás de los jamases es una costumbre española muy arraigada, casi un mandamiento que viene impreso en los genes del político junto con los otros diez, aunque a la mayoría del decálogo tampoco es que le presten mucha atención; de hecho el "no robarás" casi siempre entra en conflicto con el "no dimitirás" y entonces hay que saltarse el "no levantarás falso testimonio", en fin, todo un lío teológico armado por culpa de esa cabezonería de carácter que les obliga a aferrarse al cargo como percebe a la roca.

El hecho de que un político español dimita es una noticia de primera plana, casi un milagro, algo así como un cometa Halley que cruza el firmamento muy de cuando en cuando. El alcalde de Orense, Francisco Rodríguez, acaba de dimitir y lo ha hecho al más puro estilo hispánico, es decir, a trancas y barrancas, diciendo que las acusaciones contra él no han tenido nada que ver, como si se hubiera levantado temprano, se hubiera tomado su café leyendo el periódico y hubiera bostezado tranquilamente antes de comentar: "Pues mira, dimito hoy mismo, hombre, a ver si dejo de leer mi nombre en negrita todas las mañanas".

Cuando uno de estos ejemplares abandona el cargo suele hacerlo a fuerza de titulares, de tirones de oreja, de mal olor, de indicios, de evidencias abrumadoras, y algunos soportan el martirio durante tanto tiempo que acaban con rostro de santo, como Camps, que al final parecía un Cristo del Greco afeitado y vestido en Cortefiel, ofreciendo su sacrificio al partido igual que esos samuráis que se rajaban las tripas a mayor gloria del emperador. Casi todos, además, suelen soltar la misma frase ("Me voy pero que conste que no han podido probar nada") frase cinematográfica donde las haya, una mezcla de culpabilidad cristiana y chulería siciliana porque lo lógico, si uno es inocente, sería decir: "Me voy pero que conste que no he hecho nada".

Alfonso Guerra soportó todo el tufo de los negocios sucios de su hermanísimo hasta que empezó la Guerra del Golfo, y entonces ya no pudo con el juego de palabras. Otros, como Fabra, poseen la paciencia infinita de una ostra japonesa, aguantan carros y carretas de procesos y escándalos, y esperan a que los delitos vayan caducando en riguroso orden, con la misma serenidad que el paisano aguardando bajo el soportal a que el aguacero escampe. De ellos será el reino de los cielos puesto que la justicia, para ellos, no es más que un fenómeno meteorológico.

 

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