Punto de Fisión

Toda la culpa es de Corinna

Hace tiempo que el rey Juan Carlos va corroborando aquel famoso dicho romano que Plutarco atribuye a César, cuando su mujer Pompeya, sin saberlo, recibe a un enamorado que se cuela en su casa durante una fiesta sacra disfrazado de mujer y que acaba preso, juzgado y condenado por sacrílego. A pesar de que no había ocurrido nada entre ambos, César le reprochó a su esposa la simple sombra de la sospecha con famosas palabras: "No basta que la mujer del César sea honesta, además tiene que parecerlo". La historia está hecha a medida de Juan Carlos, ya que Plutarco habla de la mujer del César, no del César. El César, desde siempre, no sólo puede parecer lo que le dé la real gana sino que además puede serlo.

Puesto que es la mujer quien, tradicionalmente, carga con el fardo del honor masculino, esta vez no iba a ser una excepción. De ahí que proliferen como hongos los cortesanos, comentaristas y público en general que, vistos los últimos acontecimientos judiciales, tachan a Corinna de "cínica", "ladrona", "traidora", e incluso "puta" y "ramera". Con 65 millones de euros donados en concepto de cariño por ella y por su hijo, a lo mejor no les falta razón, aunque muchos de ellos son los mismos cortesanos, comentaristas y público en general que antes llamaban a Corinna "compañera sentimental", "consejera personal" y "amiga entrañable". En cuanto al rey Juan Carlos sigue siendo lo mismo que ha sido toda la vida: un buen hombre, afable, campechano e ingenuo hasta la candidez, un crédulo a quien algunos garbanzos negros de su círculo íntimo siempre se la meten doblada.

No es la primera vez, ni la segunda, ni la séptima. Le ocurrió con Manuel Prado y Colón de Carvajal, con Javier de la Rosa, con Mario Conde, con los Albertos, con el oso Mitrofán y hasta con Alfonso Armada, instructor militar y preceptor personal que fue amigo íntimo suyo y le visitaba con frecuencia justo hasta el 23-F, fecha de la intentona de golpe de Estado que Armada preparó a conciencia, sin que el rey se enterase de nada. Más tarde volvió a ocurrirle con Urdangarín, un yerno que le salió rana y que obligó a la Fiscalía a extender el certificado de candidez a la infanta Cristina por vía genética. Tengo escrito por ahí que el rey Juan Carlos es el único monarca capaz de tropezar ocho veces con la misma piedra -su inocencia angelical-, pero no sé si ya lleva diez o doce tropiezos.

Con estos antecedentes, es extraño que sus abogados en Londres no hayan recurrido a la candidez crónica como argumento en lugar de atenerse a un nebuloso estatus de inmunidad que atufa a canguelo por los cuatro costados. Es la misma línea de defensa que utilizaba aquel cónsul sudafricano en Arma letal 2, cuando Mel Gibson y Danny Glover iban a detenerlo y el tío exhibía un documento y berreaba con acento afrikáner: "¡Inmunidad diplomática!". Dice que no está por encima de la ley pero más bien parece que la ley estuviera por debajo, concretamente a la altura de las cloacas estatales y los audios de Villarejo. De momento, la Fiscalía suiza ha archivado la investigación sobre los cien millones traspasados por Arabia Saudí al rey emérito, incapaz de aclarar si han salido de una comisión o han brotado en una maceta. Es posible que la Fiscalía sea honesta pero parecerlo, tampoco lo parece.

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