Punto de Fisión

La ilustre fregona

Yo de español casi no ejerzo porque la geografía siempre fue una asignatura suspensa y porque nacer en un sitio no tiene ningún mérito. El chovinismo me parece una desgracia como otra cualquiera, como ser pelirrojo o del Atleti, pero debo confesar que tampoco entiendo su reverso, esa abominación que lleva a maldecir a los niños en la pila bautismal con nombres inextricables como Kevin, Wolfgang, Elisabetta, y a no probar jamás los torreznos. El odio minucioso a la propia circunstancia es una manifestación sumamente freudiana del nacionalismo; ya dijo aquel poeta que sólo un español de pura cepa echa pestes de España.

A mí la hispanidad me la suda casi tanto como la anglofilia o la marroquinería, que ya sé que no se refiere para nada a Marruecos, pero para el caso es lo mismo. Eso sí, cuando me empiezan a tocar los cojones con lo de los premios Nobel y lo de que no valemos para nada, cuando me hablan de Cambridge o del Instituto Tecnológico de Massachusetts y me dicen que Severo Ochoa no empezó a hilar neuronas hasta que tomó el sol en Florida, entonces a mí se me va hinchando la vena patriota hasta que al final exploto y saco a relucir la fregona. Que ustedes me dirán que vaya invento, que lo que lo alucinante es el Sputnik o el acelerador de partículas, pero ya me dirán para qué mierda les sirve un Sputnik o para qué quieren un acelerador de partículas en el comedor de casa.

En la wikipedia dice que la fregona la inventó un ingeniero riojano, Manuel Jalón Corominas, pero la leyenda castrense asegura que fue un sargento chusquero harto de ver a los reclutas arrodillados como sacristanes. Esta última versión se corresponde mejor con la molicie asociada al espíritu español y a los estamentos militares; no me imagino yo a todo un señor ingeniero como el mono mañoso de 2001 dándole vueltas a un mocho y a un palo hasta gritar eureka. En cambio no me cuesta nada suponer a un recluta enfrentado a una bayeta y un océano de mármol y calculando qué hacer para no fastidiarse las rótulas: un español, con tal de dar no chapa, es capaz de inventar lo que sea, incluso el submarino, que también se rumorea que lo inventó otro español pero que no lo patentó aquí porque eso ya era demasiado esfuerzo.

En vez de estar juzgando a los banqueros que han arrasado el país o a esos polis cabrones que juegan a saltar ojos a pelotazos, los jueces del Tribunal Supremo se han sentado a elucidar si Spontex le ha copiado a Vileda un sistema de acople del mocho, lo que da una idea del nivel intelectual del país y del Tribunal Supremo; con Jorge Javier Vázquez metido a novelista los demás tribunales deben estar colapsados entre la crítica literaria y las demandas de plagio. Unamuno, a comienzos del pasado siglo, decía: "Que inventen ellos". En los albores del tercer milenio podemos dejar la conquista de Marte a los demás países, que ya nos llamarán cuando haya que fregarlo.

 

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