Punto de Fisión

Hambre y sed de justicia

A Willy Uribe lo conocí en la Semana Negra de Gijón no recuerdo de qué año. Al fin y al cabo, la Semana Negra son todas la misma semana, una especie de borrachera interminable, de comilona infinita, de aquelarre vikingo donde los muertos resucitamos cada mañana para volver a la feria y donde lo que se come y lo que se bebe son, más que nada, libros. A Willy Uribe me lo tropezaba en cada resurrección en el desayuno del hotel vestido él con una camisa imposible y entonces me enteré de que era vasco, surfero, escritor y fotógrafo, más o menos por ese orden. Un año me pidieron que hiciera de jurado para el Hammett y yo quería premiar Cuadrante Las Planas, una novela de Willy que me había dejado estupefacto, pero los otros miembros del jurado se empeñaron en premiar a un autor argentino muy virtuoso y muy plasta que había escrito una novela muy bien escrita en la cual yo me había aburrido mucho.

Es que esto es un premio de novela negra –decía yo–. Y yo de esta novela no recuerdo ni el color ni el asesino ni el asesinado.

En fin, cuando fui a consolarlo, me di cuenta de que le importaba un bledo el premio, pero me inquietó descubrir que casi me sacaba la cabeza. Puedo tolerar que alguien escriba mejor que yo siempre y cuando sea un enano. Luego supe que su primera novela se llamaba Nanga, mientras que la primera mía se llamaba Nanga Parbat, eso ya era grave. Para colmo, un día le conté que estaba escribiendo algo ambientado en Sidi Ifni y me dijo que lo avisara si quería ir allí, que no era un sitio fácil pero que él tenía un colega que había montado una agencia de viajes o algo por el estilo. Añadió que en Sidi Ifni había unas olas cojonudas. Yo ya me estaba cabreando porque Willy era más alto cada día que pasaba.

Hasta anteayer, como quien dice, cuando le expliqué que me veía fondón y que iba a empezar un régimen y él soltó, como de pasada: "Pues yo voy a hacer una huelga de hambre". Ni Nanga ni Parbat ni nada. Me pareció una exageración, porque gordo, lo que se dice gordo no está, y le dije que con una dieta Dukan y con cambiar de camisas tenía de sobra. Entonces abro el ordenador y resulta que iba en serio, como todo lo que hace Willy, como sus libros, como ese proyecto mastodóntico en el que se ha empeñado en fotografiar todos los lugares donde mató ETA. Una huelga de hambre hasta que le expliquen por qué le han negado el indulto a David Reboredo, un drogadicto arrepentido y ya rehabilitado, y en cambio se lo conceden a policías torturadores y a un banquero convicto y confeso.

Mira –le digo a Willy–, éstas no son maneras. Mira que a este gobierno le da lo mismo el hambre, la injusticia y la gente que se tira desde un séptimo porque no pueden pagar la hipoteca.

Algo hay que hacer –responde Willy-. No podemos quedarnos de brazos cruzados.

Y añade que él no conoce de nada a mi tocayo Reboredo, pero que ha visto a muchos chavales de su generación destrozados por las drogas como para dejar tranquilamente que un ex toxicómano con el futuro ya encarrilado vuelva a la cárcel a agujerearse la vida. Algo más tarde leo los comentarios de la peña en internet, y entre las admiraciones y los ánimos, no me sorprende descubrir al anónimo ciudadano, al tipo que hizo posible Auschwitz y Kolyma, poniendo en duda los motivos de Willy, sugiriendo que busca fama en un país donde el atajo más directo hacia la fama consiste en cantar a pulmón libre o en follarse a un torero. Alguno hasta se pregunta en voz alta quién será este señor, como si para hacer una huelga de hambre uno tuviera que ser un famoso de la hostia y como si Willy tuviera la culpa de que la inmensa mayoría sea analfabeta perdida y crea que todos los Willys tienen que ser Toledo o prefieran, en vez de buena literatura, los goles de Cristiano.

Para que la infamia sea perfecta, otro de los anónimos ciudadanos llega a animarle a ir hasta el final, como si Willy no hubiese pensado exactamente eso, que es lo que a mí y a sus amigos nos da miedo, porque no es lo mismo que la huelga de hambre la haga Gandhi, que con quitarse el yogur ya iba sobrado, a que la haga un bilbaíno a quien he visto repetir fabada por los peores abrevaderos gijonencos. Hambre y sed de justicia es lo que tiene Willy, que ha decidido jugarse la salud por una protesta insensata en sus términos, vale, pero que más noble y más sensata no puede ser y que, además, nos incluye a todos.

Mala cosa ésta cuando el fotógrafo es el centro de la foto, el reportero el foco de la noticia, el escritor la letra en negrita, la injusticia la reina de la belleza, y todos nos quedamos mirando sin hacer nada mientras un pobre hombre vuelve al trullo y la maldad pasta a sus anchas. De brazos cruzados. Mirando cómo Willy cada día que pasa se va volviendo más flaco y más alto.

 

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