Punto de Fisión

La velocidad es relativa

No todo iba a ser malo en este retorno general al pasado que padecemos. En efecto, el número de fallecidos en carretera ha descendido a los niveles de 1960, más o menos igual que la capacidad adquisitiva de los españoles. Nuestros sabios dirigentes no cesan de felicitarse por estas cifras aunque no sean nada más que consecuencias inesperadas de la subida de precios de la gasolina y de la proliferación de pisos cada vez más altos. Es decir, que por un lado la gente se mata menos en carretera porque difícilmente puede llenar el depósito y por el otro los que antes se suicidaban aprovechando las vistas a un barranco ahora aprovechan para arrojarse de la terraza.

No obstante, como a los del PP cualquier muerto que aparezca en una cuneta les pone muy nerviosos, han decidido reducir más aún el número de accidentes automovilísticos bajando el límite de velocidad, a ser posible a cero, haciendo juego con la economía del país y sus índices de crecimiento. Lo ideal para salvaguardar la imagen tradicional de España sería regresar a aquellas honradas vías agropecuarias llenas de carromatos tirados por borricos mientras, muy de cuando en cuando, se levantaba la fulgurante estela del Mercedes de un millonario. Pero como esto de momento no es posible, los millonarios se conforman con adelantarnos por la izquierda, que para eso tienen despejada la autopista de los impuestos.

Esto de reducir el límite de velocidad es una gilipollez muy bien pensada que los del PP criticaron en su día, cuando se le ocurrió a Zapatero una tarde que no tenía otra cosa mejor que hacer, pero ahora que se les ha ocurrido a ellos ya no les parece una sandez tan pésima y tan soviética, quizá por culpa de la relatividad y de lo que cambia el paisaje visto desde el asiento del conductor. A este paso, a Mariano ya se le va quedando desfasada esa pregunta de qué hubiera pasado con el país de haber cumplido su propio programa electoral: la duda ahora es lo que vaya a ocurrir cuando pongan en marcha los planes quinquenales y decidan aplicar el gulag.

Por esas cosas del azar, esta repentina preocupación por la tasa de velocidad ha coincidido con el aparcamiento en la cárcel de Segovia de Ángel Carromero, el piloto supersónico que decapitó a la disidencia cubana de una sola tacada. Al chaval lo están promocionando a base de bien, quizá con la idea de elevarlo a chófer oficial del partido y, claro, no es cosa de dejarlo conducir a más de diez kilómetros por hora. Aguirre dice que a Carromero lo sometieron a torturas, lo cual ya es frivolizar con la tortura en Cuba, teniendo en cuenta que a lo más a que lo habrán obligado es a ver videos de Paco Costas y a leer por primera vez un manual de tráfico.

 

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