Punto de Fisión

Dos gallegos en un yate

Dos gallegos en un yate

La historia de la relación entre Feijóo y Dorado tiene todas las trazas de rebasar el ámbito político y entrar de lleno en el de las revistas del corazón. Yo he tenido novias con las que he viajado menos, pero el presidente insiste en que el narco y él sólo eran conocidos y residentes en Galicia. La típica excusa. Coincidieron en media docena de excursiones juntos pero todo era culpa del camarero, señor juez, que siempre nos pegaba las sillas.

El presidente dice que Dorado y él no eran amigos, pero la amistad siempre ha sido un concepto de doble filo. Ya lo decía Vito Corleone en sabio consejo a su hijo Michael: "Ten cerca a tus amigos, pero más a tus enemigos". Lo cierto es que en aquellos tiempos Dorado estaba tan cerca de Feijóo que a veces parecían la misma persona. Coincidían en los mismos destinos turísticos, en los mismos hoteles, en los mismos yates y en ocasiones hasta en la misma crema protectora.

Feijóo debería haber desconfiado, es verdad, pero pecó de inocente y ahora quiere que pequemos también nosotros. Un hombre que copaba las portadas de los periódicos y en cuya casa acampaba de vez en cuando la policía se le aparecía regularmente en Tenerife, en los Picos de Europa, en Baleares y en Portugal. Dorado es que parecía la Virgen de Fátima en el teletransportador del Star Trek. Era como aquella mofeta de los dibujos animados, Pepe Le Pew, que iba siempre tres saltos por delante de su próxima parada. Cualquier otro se hubiera mosqueado y le hubiera soltado aquello de "Ay, carallo, que me parece que tú no vienes a veranear".

Pero Feijóo es un alma bendita y soportaba estas odiosas irrupciones en su vida privada con estoicismo ejemplar, del mismo modo que está aguantando ahora el chaparrón de insinuaciones que le están lanzando desde la oposición. Todo porque ni leía los periódicos, ni veía la tele, ni escuchaba la radio; porque vivía metido en un baúl dentro de un hórreo, como los parvos en las novelas de Cela, hasta que un día se hartaba de baúl y salía a tomar el fresco en yate. ¿Qué culpa tendría él de que a la cubierta del yate hubiera llegado antes un narco?

Uno de los archienemigos de James Bond, creo que era Goldfinger, aseguraba que el primer encuentro podía ser casualidad, el segundo coincidencia, y el tercero una acción hostil. Pero ni Goldfinger ni James Bond eran gallegos. Dos gallegos se encuentran en un yate y no se sabe si zarpan o si atracan. Por no acordarse, Feijóo ni se acuerda de Dorado ni del yate ni de nada de nada. Yo también he tenido novias que se tropiezan conmigo y se cambian de acera, aunque no porque no se acuerden, sino porque se acuerdan demasiado bien.

 

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