Punto de Fisión

Mato y remato

Un día Idi Amin Dada, que era como el doctor Lecter pero sin civilizar, estaba de viaje por Alemania y le extrañó que no hubiera ninguna estatua al mayor estadista alemán de todos los tiempos. Le preguntaron amablemente a quién se refería y Amin respondió: "Adolf Hitler, claro". Muy amablemente también le devolvieron otra vez a su país, donde Amin, entre banquete y banquete, fantaseó un tiempo con levantar una estatua a Hitler en Kampala.

Los conceptos de raza aria y limpieza étnica Amin no los digería tan bien como la carne de opositor a la plancha. Odiaba a muerte a los judíos, casi más que el propio Hitler, pero no alcanzó a darse cuenta de que los negros también iban incluidos en el lote nazi. Quizá es que en Uganda no había espejos, pero un negro con una esvástica forma un oxímoron tan potente como Ana Mato al frente del ministerio de Sanidad.

Ayer Ana Mato logró igualar la marca de Idi Amin cuando advirtió muy seria que "hay que atajar cuanto antes la corrupción". ¿Qué pretende? ¿Cortarse las manos? No está la Sanidad española como para esos alardes quirúrgicos, sobre todo teniendo en cuenta los últimos recortes en materia de trasplantes. Le acabarían trasplantado las manos de Idi Amin, un político de ignorancia tan abisal que cuando el ministro de finanzas le advirtió de la grave crisis que padecía el país, simplemente se encogió de hombros y dijo: "Bueno. Pues imprime más dinero".

Idi Amin no veía que era negro y Ana Mato no ve su expediente judicial, incompatible con la santa cruzada que pretende. Bolsos de Louis Vuitton, billetes de avión, un Suzuki Swift valorado en una millonada, fiestas de cumpleaños: todo crecía gratis en la casa de los Sepúlveda con la misma rapidez con que en otras casas crecen el hambre, la miseria y las facturas impagadas. Pero esta gente está tan acostumbrada a los regalos con dinero público que la corruptela ya forma una segunda naturaleza, una segunda piel, tan familiar y tan invisible como la oscura epidermis de Amin.

Ana Mato dice que lleva treinta años de trayectoria profesional sin tacha alguna, y lo dice con el desparpajo feliz de aquel insensato que salía de la consulta del médico jactándose de que estaba sano en un noventa y ocho por ciento de sus células corporales: el resto era cáncer. No olvidemos tampoco que es la misma señora que decía que los niños andaluces eran "prácticamente analfabetos" y que, para corroborar sus impresiones, aseguraba haber visto a una clase entera sin pupitres ni sillas, aunque lo que en realidad había visto era una foto de una maestra leyendo un cuento a los pequeños sentados en el suelo. Entre la Cospedal y la Mato le están levantando un monumento a Hitler a las puertas de cada hospital español. Eso sí, con pendientes de nácar.

 

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