Punto de Fisión

Recortar de cuajo

Tenía que llegar el momento en que los recortes sanitarios alcanzaran el hueso y así ha sido: a un chaval le han quitado la prótesis que le acababan de implantar en una rodilla por falta de pago y lo han mandado a casa cojo y con una colleja. Ya es casualidad que esta infamia haya tenido que suceder justamente en Valencia, epicentro de la trama Gürtel, feudo de Camps y de Fabra, la madre de todos los dispendios, una comunidad famosa por sus trajes de regalo, sus aeropuertos posmodernos y sus loterías falsas. Pueden apostar lo que quieran a que no había 152 euros para la prótesis de un enfermo que seguramente, desde que su padre lo inscribió en el libro de familia, había cotizado religiosamente a la Seguridad Social (léase S.S.) un dineral todos los meses, pero sobran millones para otro circuito de carreras, otra mantilla para Rita Barberá y otra visita del Papa.

La estampa valenciana podía ser el epítome perfecto de la España negra si no fuese porque ahí al lado, en Mallorca, acaba de morir precisamente un negro, Alpha Pam, 28 años, senegalés para más señas, a quien le denegaron unas pruebas de diagnóstico en un hospital mallorquín. Alpha llevaba ocho años residiendo en Palma, lo que quiere decir que no acababa de bajarse de una patera, pero como hacerle una radiografía salía demasiado caro, le recetaron ibuprofeno contra la tuberculosis y le mandaron a morir a su puta casa. Están haciendo una colecta para enterrarlo en Senegal porque aquí en España el epitafio lo escribiría Andreita Fabra.

Me está quedando una columna que huele a cementerio, como el país entero, un aroma a carroña que ya no es la podre habitual de los Urdangarines y los Bárcenas, esa peste que ha cruzado el Atlántico y ha llegado hasta la portada del New York Times remando en una patera de mierda marca España. No, esto no es ninguna metáfora, ya lo decíamos al principio: han cogido el serrucho y han empezado a recortar de cuajo, recortar por lo sano, les da lo mismo pies que cabezas, negros que blancos. No los tachemos de racistas, para ellos somos todos igual de insignificantes.

Con los Guindos, los Montoros y los Wert de mayordomos, y un presidente gafado hasta en los campos de fútbol, España ya parece el remate de una funeraria, un camposanto donde a lo lejos danzan los ministros con sus guadañas como en la colina de El séptimo sello. Gracias a los desvelos de una ministra de Sanidad que ya conjuga su apellido en pasado y un alcalde de justicia preocupado sólo por que los nonatos puedan ser bautizados y ganarse el cielo en las listas de espera del paro y de los quirófanos, la gaviota del PP ha devenido en buitre planeando en círculos sobre sus votantes. En el New York Times la próxima noticia sobre la marca España va a salir en la sección de necrológicas.

 

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