Punto de Fisión

Metafísica catalana

Últimamente los catalanes están muy metafísicos. Se preguntan continuamente por la independencia, por la existencia e incluso por la esencia, que son todos ellos conceptos bastante resbaladizos. Sólo la independencia ya resulta un problema peliagudo desde cualquier punto de vista. Duran i Lleida, por ejemplo, ve la independencia catalana muy imposible, lo cual recuerda aquel diálogo genial de Cary Grant:

-¿Es usted soltero?

-Muy soltero.

Replicaba Cary Grant, haciendo hincapié en el adverbio de cantidad. ¿Puede engordar la imposibilidad igual que un notario? Por lo visto, sí. Duran i Lleida está braceando en la misma charca de nada existencial que aquellos dos personajes de Las cosmicómicas, de Italo Calvino, quienes, mucho antes del big bang, y sólo por divertirse, apostaban si habría universo o no:

-¿Apostamos a que hoy se vienen los átomos?

-¡Pero, por favor, átomos! Yo apuesto a que no, todo lo que quieras.

-¿Apostarías también equis?

-¡Equis elevado a ene!

Desde su suite del hotel Palace, al lado de las Cortes, cada mañana Duran i Lleida se hace la pregunta eterna de Shakespeare y la responde él mismo con la contundencia de Schwarzenegger, sosteniendo no una calavera, que es muy macabro, sino un churro madrileño sumergido en café:

-¿Ser o no ser?

-No ser.

Tal vez le convendría haber sopesado antes un poco la cuestión de la independencia lo mismo que hacía Little Bill con el dilema de la inocencia en Sin perdón:

-Little Bill, has matado a un hombre independiente.

-¿Independiente? ¿Independiente de qué?

Albert Pla, otro eminente filósofo catalán, ha enfocado este embrollo metafísico desde una posición existencialista, al estilo de Sartre en La náusea:

-A mí me da asco ser español.

-¿A ratos?

-No. Siempre. Y espero que le dé asco a todo el mundo.

-¿También a los daneses y a los australianos?

-También.

Hombre, eso es una ingente cantidad de asco. Si Pla hubiera reflexionado en frío sobre su repugnancia, habría caído en la cuenta de que la suya es una postura eminentemente española. Más español no se puede ser. Ya lo advertía Joaquín Bartrina, que por algo era poeta y catalán:

 

Oyendo hablar a un hombre, fácil es

saber donde vio la luz del sol.

Si alaba a Inglaterra, será inglés,

si os habla mal de Prusia, es un francés,

y si habla mal de España, es español.

 

Sánchez-Dragó, por ejemplo, echa pestes de España en cuanto le rebosa la bilis, se declara apátrida, se larga a Tailandia a airear el pulmón y hasta ha inventado una ristra de neologismos para referirse al país (Vandalia es el más célebre de todos). Al mismo tiempo, al igual que Pla, Dragó no deja de trabajar para instituciones españolas (ayuntamientos, televisiones públicas, comunidades autónomas) a la menor ocasión que se le presenta.

-Pero, hombre, ¿a usted no le daba asco ser español?

-Siempre, excepto a la hora de cobrar.

Esta contradicción fundamental entre la esencia y la existencia me la explicó mi amigo Javier Blanco Urgoiti, que un día se encontró en una comilona a un conocido judío que siempre hacía gala de su cultura kosher abalanzándose a dos carrillos sobre un plato de jamón pata negra.

-Pero tú, ¿no eras judío?

-Para el jamón no.

 

 

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