Punto de Fisión

Recuerda que eres Aznar

A la velocidad que lleva, la carrera literaria de Aznar amenaza con colapsar el panorama editorial en España. Acaba de aparecer un segundo tomo de memorias glosando hechos tan recientes que da la impresión de que los estamos viviendo por primera vez. De hecho, la mayoría de ellos los leemos en rigurosa exclusiva porque la versión de Aznar no se parece en nada a la historia oficial, a las noticias de los periódicos y a la memoria de las gentes, pero para eso están Aznar y la Real Academia de la Historia, para sintonizar la realidad en el canal adecuado. Cualquier parecido con la verdad es pura coincidencia.

Aznar les está adelantando el trabajo a sus biógrafos con tal brío que, como siga escribiendo a este ritmo, el tercer volumen será de profecías, mire usted. No quiero dar ideas pero el libro podría llevar una faja promocional de ésas que anuncian "Se lee como una novela", y aun podrían suprimirle el "como" y añadir: "novela negra, de terror y de ciencia-ficción", todo por el mismo precio. Después de dejar la política española en lo más alto del podio, Aznar quiere hacer lo propio con la literatura patria. Debe haberse enterado que Rosa López, la de Operación Triunfo, acaba de sacar un libro de reflexiones personales y él lleva muy mal que le hagan la competencia.

Con el poderío que le caracteriza, Aznar pulula por sus propias memorias como un Julio César de saldo, un emperador de Cortefiel que se aviene a pasear entre los pobres secundarios a los que generosamente les deja compartir época. En una exposición de Eduardo Arroyo alguien de su séquito le advierte que el pintor no quiere hacerse una foto con él y Aznar responde con ironía ciceroniana: "Vaya con el señor Arroyo y pregúntele quién coño le ha dicho que yo quiero sacarme una foto con él". Un día que tiene a Vargas Llosa de visita, le permite admirar su biblioteca personal de poesía, con los tomos floreados de marcapáginas, y disfruta del estupor del futuro premio Nobel, que suspira su admiración: "¡Ah!, entonces era verdad". Y en una cena que tuvo lugar en el restaurante Rosa Naútica de Lima, en plena cumbre iberoamericana, se acerca a Hugo Chávez y le recrimina sus acusaciones de haber colaborado en el golpe de estado que estuvo a punto de costarle la vida: "Mira, Hugo, si yo hubiera querido dar el golpe y lo hubiera organizado, te aseguro que tú ahora no estabas aquí".

Como se ve por estos tres ejemplos, y por muchos otros, el Aznar que deambula por estas memorias no necesita abuela ni pedestal ni entrada en el Diccionario Biográfico. Si lo que sale de la lectura de estas páginas resulta una caricatura apócrifa, es porque hace mucho tiempo que Aznar está convencido de la grandeza de su misión histórica, tan convencido que también pretende dejarla impresa para siempre en el mármol de una prosa que, más que de mármol, es de marmolillo. Incluso los generales romanos, para que no se les subiera la soberbia a la cabeza, solían llevar un esclavo en los desfiles que les iba susurrando: "Recuerda que eres mortal". Aznar, auriga de sí mismo, lleva otro Aznar de la guarda en el hombro que le repite a todas horas: "Recuerda que eres Aznar".

 

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