Punto de Fisión

Un condón en el crucifijo

En su difícil tarea de sacar a España de la crisis y llevarla directamente al Medievo, el PP le ha encargado a Gallardón encarar el lado moral del asunto, algo que le va muy bien a un ex alcalde reconvertido en ministro con hechuras de seminarista. La ley del aborto que Gallardón se ha sacado de la manga, cual Harry Potter consultando entre grimorios, coloca a España a la cabeza de los países antediluvianos, al lado de Irlanda y Polonia, únicamente superados por potencias democráticas como Malta, Andorra o El Vaticano.

Esta ley no sólo le proporciona a un feto de dos días más derechos que un emigrante y un parado juntos, sino que además va a logar que las mujeres retornen a su condición secular de vacas de cría, tal y como pregona la santa madre iglesia. Este gobierno está empeñado en una cruzada a ultranza en defensa de ritos y tradiciones ancestrales que van desde los toros alanceados hasta una versión policial del Código de Hammurabi. En buena lógica, tarde o temprano, las mujeres tenían que regresar a la mantilla, porque las que llevan tan piadosamente Cospedal y Soraya no son sólo de adorno.

Entre las muchas barbaries reivindicadas por este aborto de ley está la suposición de que la despenalización del aborto suponía un desmadre y una invitación a la orgía. Han igualado el aborto con una operación de cirugía estética en que las mujeres que pasaban por el quirófano a extraerse un feto lo hacían con el mismo desparpajo que una señora que encarga una liposucción. Doctor, quíteme este peso de encima y de paso me pone los labios gordos. Estos señores tan cristianos han venido a decirnos que una mujer disfruta con un aborto, lo cual es la extensión lógica de esa mentalidad arzobispal que ve la práctica del coito como un sufrimiento, un pecado y un sacrificio.

La obra que mejor ha explicado el drama del aborto es Rosemary’ baby, de Ira Levin, que dio pie a una extraordinaria película de terror de Roman Polanski: La semilla del diablo. Lejos del mensaje satánico, Chuck Palahniuk diseccionó el mensaje profundo de la novela: una mujer privada de voluntad propia y sometida al capricho de su marido, de su médico y de una infame secta religiosa. Tienes que parir este niño sí o sí, querida. Tienes que desearlo, amarlo y respetarlo porque para eso te dio Dios un útero. Porque para eso, y para poco más, estás en el mundo.

En España vivimos una película de terror desde que nos gobierna una camarilla satánica que está a dos proyectos de ley de parir al Anticristo. Ni siquiera vale ya el supuesto de que el feto presente malformaciones físicas. A la mujer, ese útero con piernas, no le queda otro recurso legal que consignar en la comisaría cada cópula como una violación en un callejón oscuro. Que es exactamente el meollo del asunto: devolver al sexo el aura de maldad, bestialismo y suciedad que sufrió durante los oscuros siglos del catolicismo. Y también una metáfora de cómo nos sentimos todos, españolas y españoles, después de este aborto de ley: vapuleados, jodidos y violados en bloque por un gobierno que ni siquiera ha tenido el detalle de ponerse un condón en el crucifijo.

 

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