Punto de Fisión

Las gaviotas según Hitchcock

Este fin de semana ha estado marcado por dos acontecimientos trascendentales para la vida cultural española: la convención nacional del PP y la muerte de Luis Aragonés. Aunque no lo parezca, ambos hechos son triste aunque sutilmente complementarios. Esperábamos que en cualquier momento Wert se encaminara hacia la tribuna de Valladolid y, emocionado, tragándose las lágrimas al estilo Arias Navarro, soltara: "Españoles, el Sabio ha muerto". Porque en otros países la sabiduría se reserva para las aulas de química, matemáticas, física o filosofía, pero nosotros somos más de toros y de fútbol.

Para hacerse eco del vacío y el estupor que ha causado la desaparición del hombre que nos guió hasta los Himalayas del fútbol, los telediarios y periódicos han derrochado un sinfín de reportajes, elegías, túmulos y obituarios. Tantos que apenas ha habido un momento para recordar que, entre otras cosas, dos días atrás había fallecido un gran poeta. La muerte de Luis Aragonés ha eclipsado por completo la de Félix Grande, del mismo modo que hace unos años la de un futbolista llamado Antonio Puerta usurpó las portadas al luto por Paco Umbral o del modo en que la de Lola Flores borró hasta la nada el fallecimiento de Emilio García Gómez, el sabio (con minúsculas) que dio con las fuentes de la lírica en castellano.

Por si fuera poco el golazo por la escuadra que le metió al Bayern de Munich (repetido tantas veces que en las últimas parecía que Mayer iba a espabilarse y cazar la pelota), también se han recordado las grandes frases históricas del Sabio de Hortaleza: "Ganar, ganar, ganar, ganar, volver a ganar, ganar, y ganar: eso es el fútbol, señores". O bien: "Dígale de mi parte a ese negro que usted es mejor que él". O bien: "No es bueno leer demasiado. Yo tenía a un amigo que se puso a leer a Kafka y se volvió maricón". Un país que calificó a este preclaro entrenador de fútbol con el título inmortal de "El Sabio", bien se merece a Mariano, a Cospedal, a Soraya, a Rubalcaba, al FMI y a la peste bubónica.

Como tenemos lo que nos merecemos, Mariano ha subido a la palestra en Valladolid para que no olvidemos que un día los españoles le entregamos un cheque en blanco. Pudo haber citado las mejores frases de Luis Aragonés adaptándolas sin mucho esfuerzo a la ideología propia, pero tuvo la delicadeza de no hacerlo. Prefirió en cambio ensañarse con Rubalcaba de una manera que pudieramos llamar temeraria: "O te callas o reconoces el mérito de la gente". El mérito es mandar callar más aun a Rubalcaba, que últimamente, si dijese una palabra menos, podría ingresar a un convento de clausura. Lo mismo que a esos zombis a los que atizan con un palo en la jeta para ver si rebullen, Rubalcaba se ha despertado y se ha puesto a dar mordiscos al aire: "Hable, explique usted, y no nos mande callar a los demás". Otro garrotazo imprudente al muñeco porque si Mariano tuviese que explicarse más sobre el caso Bárcenas, acabaría por coserse la boca.

Por último, la alocución de Cospedal tiñó la sala de un aura de irrealidad fantástica: "Toda España ha visto que somos un partido unido". Lo dijo en diferido, justo después de que el ala derecha de la gaviota se hubiera ido a hacer gárgaras y con la ausencia de Jose Mari planeando sobre la Convención como una multitud de cuervos carroñeros picoteando a Tippi Hedren. Afortunadamente, les queda otra ala igual de derecha que la otra.

 

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