Punto de Fisión

Margallo y el régimen de Franco

Como no es habitual que los ministros se deshinchen durante el ejercicio de su cargo (más bien al revés) algunas lenguas viperinas han sugerido que el ministro Margallo se ha hecho una liposucción aprovechando su paso por el hospital a causa de una operación de hernia. No es mala idea esa de aprovechar la estancia en el taller de reparaciones para desprenderse de la grasa sobrante, pero la cirugía estética sigue siendo el patito feo de los quirófanos. Es una tontería porque el ministro aún tiene la misma cara y, de haber pasado por remodelaciones, hubiera pedido un servicio completo.

Según Margallo, la liposucción no fue necesaria porque él se sometió, antes de la operación, a una rigurosa dieta de 900 kilocalorías diarias, quizá para hacer juego con el país que representa al frente del ministerio de Exteriores. Su pérdida de peso fue una cuestión de voluntad, lo mismo que el adelgazamiento de España: la voluntad de Mariano y de su grupo de diestros endocrinos. Margallo se deshizo de 15 kilos en unas ocho semanas y España ha perdido cuarenta y pico años en apenas veinte meses, una barbaridad de peso rico en grasas sociales, derechos laborales, tumores sanitarios y colesterol educativo.

Para controlar la ansiedad, el apetito e incluso las ganas de comer, Margallo se sometió a la acupuntura, esa variante de la costura que cosa el dobladillo de los nervios y les aconseja que se callen. El régimen de Franco aderezado con alfileres chinos. Con el franquismo lo que había mayormente era hambre, pero la gente del PP prefiere verlo como una cuaresma de cuatro décadas, una cura a base de miseria de la que el país entero salió como una modelo anoréxica por la pasarela Cibeles, excepto las clases nobles, que andaban como Margallo antes de la operación. No había más que ver a Franco, que mucho hablar de régimen y parecía dos sacos de patatas.

A Margallo le extraña que los andaluces quieran retirar las cicatrices de la liposucción franquista: no ve la utilidad de seguir escarbando en la guerra civil, dice. Un verdadero acierto semántico el de emplear el verbo "escarbar", con la cantidad de muertos anónimos que hay todavía esperando en las cunetas. Tal vez por un descuido del becario o por efectos colaterales de la dieta, a Margallo le ha dado por comparar el régimen de Franco con el gobierno títere de Petain o con los camisas negras de sir Oswald Mosley en Gran Bretaña, una comparación odiosa para Petain, que al fin y al cabo sufría las patadas de la bota nazi, y con los camisas negras ingleses, que nunca pasaron de la segunda división de parroquias. Puestos a comparar, y teniendo en cuenta que aquí fue el único país donde el fascismo triunfó, prosperó y echó raíces, a lo mejor habría que preguntarle a Margallo si ve por Europa muchos recuerdos del III Reich, muchas cruces gamadas y muchas calles dedicadas a Mussolini. Una vez que visitó Berlín, Idi Amin dijo muy serio que no entendía cómo es que no había visto ninguna estatua dedicada al mayor político alemán de todos los tiempos: Adolf Hitler. Margallo tampoco iba a sacarle de dudas.

 

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