Una sofisticada comedia francesa nos enseñó que la costumbre en las reuniones de alto copete es invitar a un idiota a la cena; uno por lo menos, si es posible dos. Los idiotas dan mucho juego y alegran con sus idioteces la aburrida charla protocolaria; compiten entre ellos sin saberlo y al final al mejor de todos le dan una medalla. No es lo común pero en ocasiones no queda claro cuál es el más idiota del guateque y hay que declarar desierto el premio.
En Bruselas se ha organizado una manduca espectacular entre los dirigentes de ventitantos países europeos y los dirigentes de cincuenta y tantos países africanos. En principio no se descartaba que no se acabaran comiendo unos a otros porque había más de un caníbal sentado a la mesa, y no nos referimos precisamente a meriendas de negros ni a antropófagos certificados por debajo de la línea de Ecuador. Merkel, por ejemplo, venía con hambre atrasada a pesar de que ya ha almorzado el menú griego y nos está devorando a españoles, italianos y portugueses por las patas.
En esas cenas con tanta gente siempre está el problema de dónde sentar a cada uno, siempre hay un vecino incómodo con el que nadie quiere compartir cubiertos y mucho menos conversación. Al presidente español, por razones lingüísticas y de cercanía colonial, le tocaba al lado de Obiang, que ejercía el papel de cuñado oficial de la reunión. Al final Mariano prefirió hacer régimen porque ya se veía venir los chistes que le iban a hacer los otros comensales: "Pregúntale a Obiang si paga en dinero negro", "Agáchate que te ha dejado un sobre debajo de la silla". Y todo así.
Hizo bien Mariano en rajarse porque esas cenas multitudinarias se sabe cómo empieza pero no cómo acaban. Antes del primer plato te puedes quedar sin país y después lo mismo te nombran idiota oficial. A lo mejor cuando Merkel u Hollande presumieran un poco de cómo sofocar una manifestación, Obiang podría levantarse y explicar entre carcajadas cómo su tío Macias aplastó literalmente a cientos de opositores con ayuda de unas cuantas apisonadoras. Si la cosa fuese subiendo de tono y alguno vacilase de un ligue con una secretaria, Obiang golpearía con la cuchara en la copa y se pondría a contar cómo iba violando una detrás de otra a las mujeres de sus ministros. Y todo así.
El caso es que Obiang, por desgracia, era sólo uno de los muchos negreros africanos sentados a la mesa en Bruselas. Si a los comensales les dio por ponerse estupendos aquello, más que en cena de idiotas pudo acabar degenerando en maratón de cuñados. Cómo estaría la cosa que se comenta que hubo una rifa entre líderes por sentarse al lado de Merkel y que más de uno se había estudiado el Marca para poder hablar con Mariano. Por suerte sabemos que la diplomacia se impone y que los políticos, por desalmados que sean, no suelen exponer sus vergüenzas en público. Esas cosas no se dicen: se hacen. No es saludable masticar mientras recuerdas que el tipo de enfrente está engullendo el PIB entero de su país, entonces la digestión suele sentar mal. A los postres, los cuñados ya se habían soltado el cinturón mientras los idiotas esperábamos todos fuera, bajo la lluvia, dispuestos a pagar la cena, el baile, el guardarropa, la factura del taxi y los platos rotos.
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