Punto de Fisión

Calle Margaret Thatcher

Se muere García Márquez y en Madrid le ofrendamos una calle a Margaret Thatcher. Así son las cosas en el foro. Es verdad que la decisión de homenajear a la Dama de Hierro con un cacho del callejero capitalino vino antes que la defunción del padre fundador de Macondo, pero, aun así, tan insigne bautizo ratifica la traición que cometimos con América Latina, cuando nos declaramos primos hermanos de holandeses, belgas y alemanes, y Europa nos lo agradeció con un tacto rectal financiero del que no nos vamos a recobrar en décadas.

La iniciativa ha partido, cómo no, de doña Ana Botella, alcaldesa de recambio, quien dice sentirse inspirada por la figura de miss Thatcher y esto lo sabe muy bien su peluquero. Sin embargo, en algo no le falta razón, ya que la premier británica fue el principal motor continental de esa política neoliberal que se dedica básicamente a robar a los pobres para dárselo a los ricos en una curiosa inversión del principio de Robin Hood. Desde suprimir el vaso de leche a los niños necesitados en las escuelas hasta ayudar a ponerle el dodotis a un militar genocida como Pinochet, pasando por la desastrosa privatización de los servicios públicos ingleses, la trayectoria de la señora Thatcher es un meteoro apocalíptico que no dejó títere con cabeza: la versión contemporánea del sheriff de Notthingam. Por lo demás, es curioso el homenaje a una señora cuya relación de amor con España se limitó a no orinar en lo alto del Peñón.

Salvo en el desguace de los sindicatos, que aquí se desguazaron ellos solos, y en el particular dominio del inglés, Thatcher y Botella resultan almas gemelas. Una se hizo a sí misma y otra está hecha de una costilla de su marido, según el modelo bíblico tradicional. Todavía me río con el recuerdo de aquellos muñecos de Spitting Image en que la Thatcher se acostaba envuelta en una sábana de la Union Jack, gruñía un buenas noches a su pobre marido, apagaba la luz y en la oscuridad empezaba a oírse un molesto tic-tac. "¿Qué diablos es ese ruido?" preguntaba la Thatcher. "Mi marcapasos" replicaba acojonado el hombre. "Pues apágalo".

Para compensar un poco el despropósito, también van a darle una calle de Madrid al escritor José Luis Sampedro. Esperemos que no caigan demasiado cerca una de otra, sonaría raro oír a alguien decir: "Vivo en José Luis Sampedro 7, ya sabes, al lado de Margaret Thatcher". Eso de los honores póstumos puede ser bastante engorroso. Ya pidió en un verso célebre el gran poeta vasco Gabriel Aresti: "No quiera Dios que pongan mi nombre a una calle de Bilbao", plegaria que no fue concedida. Es fácil imaginar a lectores agradecidos llevando flores a la calle de Aresti o a la de Sampedro, pero en la de Thatcher lo más seguro es que vayan los borrachos en paro a depositar una meada en procesión. Mejor homenaje no merece la Dama de Hierro, a ver si se oxida de una buena vez. Aunque, conociendo a Ana Botella, espera que al final no inaugure la calle Meryl Streep.

 

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