Punto de Fisión

La cabeza del juez Silva

En uno de los números más salvajes de Borat, ese reportero demencial que interpretaba el cómico judío Sacha Baron Cohen, destacaba la visita a un millonario tejano que tenía el salón de su casa decorado con cabezas de animales muertos. Un tigre, una jirafa, un león, un antílope, un búfalo, un leopardo contemplaban la entrevista desde el más allá con sus ojos vidriosos. Borat preguntaba si los había matado todos él y el millonario replicaba muy ufano que sí. Entonces Borat fingía que contaba las piezas y parecía entristecerse: "Veo que no tienes ninguna cabeza de judío". El millonario carraspeaba, se revolvía incómodo en su asiento y explicaba: "Bueno, es que aquí no permiten cazar judíos". "Vente a mi país entonces" decía Borat con su inglés macarrónico. "Allí podrás cazar todos los judíos que quieras".

Si Borat hubiese hecho el mismo gag en España, entrevistando a un banquero ladrón y con jueces en lugar de judíos, la historia habría perdido toda la gracia. Dentro de unas semanas o unos meses, Blesa le podría enseñar, entre los trofeos de los muchos animales a los que ha dado muerte, la cabeza del juez Elpidio Silva, que el tribunal está disecando a fuego lento en los juzgados. El responsable de las estafas a miles de jubilados, de operaciones financieras más que dudosas con una Caja de Ahorros a la que llevó finalmente a la bancarrota, ha salido de todo este chanchullo asqueroso no con un pijama a rayas, como habría ocurrido en cualquier país decente, sino limpio de polvo y paja, y con una indemnización millonaria por los servicios prestados.

Cuando Jesucristo hizo su célebre símil (provocado por un error de traducción) de que sería más difícil que un camello pasase por el ojo de una aguja antes de que un rico entrase en el reino de los cielos, desconocía por completo el sistema judicial español. Se congelarán el sol y las calderas de Pedro Botero antes de que un banquero chungo entre al trullo en el reino de España. Y si entrase, por alguna casualidad remota, por algún impensable resbalón de la ley, ya se preocuparían de sacarlo con un indulto, como hizo Gallardón la semana pasada o Zapatero en la anterior legislatura.

El cine judicial es un subgénero que ha proporcionado al séptimo arte un montón de obras maestras, desde Impulso criminal a Algunos hombres buenos, desde Matar a un ruiseñor a Doce hombres sin piedad. De esta impresionante partitura teatral de Reginald Rose, el antiquísimo Estudio 1 cuajó una versión superlativa donde las actuaciones de José María Rodero, José Bódalo y el resto del elenco patrio no tenían nada que envidiar a aquella maravilla protagonizada por Henry Fonda y Lee J. Cobb. Pero en la pantalla grande, nuestra obra maestra del cine judicial, para desgracia nuestra, sigue siendo El crimen de Cuenca. De filmarse una película con el ridículo linchamiento legal a Elpidio Silva, tal vez algún cineasta patrio podría desbancar a Pilar Miró, pero sería muy difícil que no les saliera una comedia, un esperpento o directamente un western. Tampoco haría mucha falta trabajar la ficción porque la realidad aquí ya da espanto, repelús, risa, asco y vergüenza de sobra. Pasen y vomiten.

 

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