Punto de Fisión

Novela negra leonesa

Con las novelas negras hay que tener mucho cuidado porque las carga el novelista y el culpable no suele aparecer hasta las últimas páginas. Con la novela negra de Isabel Carrasco tantos indicios apuntaban a un asesinato político que de inmediato un montón de aprendices de Conan Doyle se pusieron a escribir microrrelatos en 140 caracteres. Casi no se había secado la sangre de la pobre mujer en el suelo cuando ya estaban ellos (y ellas) dándole a la tecla. Una de las más rápidas fue Isabel San Sebastián, quien inmediatamente, sin pensarlo mucho, elaboró la teoría de la autoría múltiple: la muerte de Carrasco era un escrache llevado a sus últimas consecuencias. Se empieza por una cacerolada y se acaba por cuatro balazos a quemarropa. Para corroborar su hipótesis, la señora San Sebastián aseguró que la habían matado "por el cargo", sin especificar a cuál de los trece cargos que ha dejado huérfanos la víctima se refería. Patricia Highsmith en olla exprés. Más que desenredar la madeja, la teoría del cargo la estaba embrollando todavía más porque apuntaba, como mínimo, hacia trece posibles móviles.

En lugar de hacer el chorra pegando tiros al aire y zanjando crímenes vía twitter, la policía prefirió seguir los métodos tradicionales de investigación: interrogatorios a testigos, recogida de huellas, análisis, búsqueda de culpables y calma, mucha calma. Pero, del mismo modo que el Pravda del PP se lanzaba al despiece del asesinato con el cadáver todavía caliente (a ver cuántos votos podían sacarle a la desgracia) algunas lumbreras de la trinchera de enfrente empezaron a hacer chistes y a extrapolar la supuesta justicia poética del homicidio. De inmediato, el célebre detective Sherlock Hermann Tertsch apareció en escena para sugerir que el Gran Wyoming se hallaba detrás de aquellas necrófilas celebraciones (la sugerencia no carecía de riesgo, ya que la última vez que Tertsch involucró a Wyoming en un acto delictivo resultó que el asesino era el taburete). No contento con ello, el detective Tertsch, famoso entre otras cosas por sus trifulcas virtuales, se enredó en una disquisición filosófica con Pablo Iglesias, cuando el líder de Podemos señaló que no entendía cómo se detenía la campaña electoral por el asesinato de un político, por lamentable que fuese, y no, por ejemplo, ante el suicidio de un desahuciado. Esta fue la escueta respuesta de Hermann:

El terrorismo equipara los asesinatos con la muerte natural o cualquier tipo de hecho común. Sus actos como lógicos. Así hace Pablo Iglesias. 

Dejando aparte la sintaxis, que es de juzgado de guardia, hablar de un suicidio como "muerte natural" o "hecho común" nos llevaría a replantearnos todo el código penal, el civil e incluso la obra de Albert Camus, pero el argumento de Tertsch no tiene vuelta de hoja: si alguien se suicida, lo natural es que se muera. Podría replicarse que si a alguien le pegan cuatro tiros, también es muy común que se desangre, pero la precisión de la réplica de Hermann reside en la casuística: ya nos hemos acostumbrado a que la gente se suicide porque la echan de su casa o porque le desespera el hambre. Lo que nos resulta del todo punto anormal, por inaudito, es que asesinen a un político y si, además, la víctima en cuestión contaba con trece cargos y trece sueldos públicos más un amplio historial de corruptelas, la novela no iba a durar ni un capítulo. El asesinato de Carrasco se convirtió en un 11-M en miniatura.

Sin embargo, al igual que en el 11-M, que en el batacazo de Tertsch y que en todas las novelas negras cuya trama se alarga más de diez páginas, en el asesinato leonés también empezaron a aparecer más sospechosos. Concretamente del PP, lo que corrobora tristemente el canibalismo de los grandes partidos políticos españoles resumido en aquel consejo estelar de Vito Corleone: "Ten cerca a tus amigos, pero más cerca a tus enemigos".  Cómo sería Isabel Carrasco que Sostres habla bien de ella. En Astorga circula ya la hipótesis, banal y poco aventurera, de que detrás de este crimen no hay nada de intriga política ni de revanchismo social sino un sórdido lío de faldas mezclado con venganzas personales. Pero hay periodistas tan enamorados de su oficio que no van a dejar que la verdad, una vez más, les estropee la novela.

 

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