Punto de Fisión

Un Nobel para Israel a medias con la ETA

Ron Dermer, embajador israelí en Washington, afirmó el pasado viernes que su país se merece un premio Nobel de la Paz por la contención que están demostrando en la operación militar contra Gaza. Pudiendo matarlos a todos, de momento se han conformado con matar únicamente a un millar de palestinos y a un coste que no llega ni al medio centenar de bajas. Si fuese fútbol, la masacre israelí podría compararse con el 7-1 que le endiñó Alemania a Brasil; de hecho, ese fue el titular con el que abrieron aquel día la mayoría de los periódicos deportivos y de los otros, "Masacre en Belo Horizonte".

Si la guerra es la continuación de la política por otros medios, Dermer ha convertido la diplomacia en el arte de meter la pata en una charca de sangre y que parezca que la culpa sea de los muertos. Es uno de esos diplomáticos con los que uno se explica perfectamente la historia del mundo, ese trágico rosario de barbaries y matanzas. A quien más recuerda Dermer, por su salvaje sentido del humor, es a Groucho Marx, otro ilustre judío que en el papel del presidente Rufus T. Firefly inició una guerra por no pedirle perdón al embajador de Sylvania. Yo he conocido de cerca al menos a dos diplomáticos y no sé cómo se las apañan pero a los dos minutos uno ya había insultado gravemente a mis amigos polacos mientras que el otro sugirió que en su estancia de tres años en una oficina comercial en Mali la había dedicado íntegramente a catar jóvenes negras desesperadas. Salí de ambos encuentros exasperado pero también admirado de que aquellos dos elementos todavía siguieran vivos.

Con todo, a Dermer no le falta razón si uno repasa la lista de genocidas, asesinos e inútiles que han recibido el premio en Estocolmo a lo largo de su historia. Entre los judíos más célebres galardonados con el Nobel de la Paz se cuentan Henry Kissinger, que ponía y quitaba dictadores como el que se cambia de calzoncillos, y Menájem Beguín, un terrorista de reconocido historial criminal que una vez llegó a comparar a sus homólogos palestinos con ratas. No se entiende, viendo la caterva de homicidas judíos y gentiles que a menudo han deshonrado el premio, por qué los militares israelíes no van a recibir un Nobel por reventar niños a bombazos, bombardear hospitales, arrasar barriadas enteras y destruir escuelas de discapacitados. Incluso le dieron uno a Obama antes de que llegara a sentar el culo en la presidencia y varios años después, entre otros desmanes, todavía no ha tenido ni el tiempo ni las ganas de clausurar ese atroz monumento a la tortura llamado Guantánamo. Después de darle el premio Nobel de la Paz a Martin Luther King, dárselo a Obama ha sido como tirarlo a un vertedero. A lo mejor en Suecia se piensan que están premiando uno a uno a los Globetrotters.

Tampoco se entiende que el Nobel de la Paz no lo haya recibido, por ejemplo, la ETA, que en casi cinco décadas de actividad terrorista no logró matar tanta gente ni hacer tanto daño como el ejército israelí en sólo 20 días. A lo mejor no se lo dieron por eso, por aficionados, aunque la verdad es que pocos habrán hecho más que la ETA por publicitar el gran regalo de Alfred Nobel al mundo: la dinamita. Parafraseando al embajador Dermer, los etarras podían haber puesto más bombas en colegios y guarderías, pero tuvieron el detalle de contenerse; a lo mejor habría que darles un Nobel de la Paz compartido con Netanyahu, con los militares asesinos de niños y con ciertos palanganeros especializados en minimizar hecatombes de civiles.

Más Noticias