Punto de Fisión

La armada impotente

Una vez más la Fuerza Aérea española ha sufrido una evidente pérdida de fuerza aérea. En lo que llevamos de año ya van siete gatillazos, pero gracias a ellos el ministro Margallo, el ex rey Juan Carlos y otras personalidades están hinchándose a patear pistas de aterrizaje, una clase de turismo en la que somos pioneros gracias, entre otros, a Carlos Fabra. La célebre afirmación del especialista en billetes de lotería premiados ("no han entendido nada, es un aeropuerto para que se paseen las personas") ha calado hondo entre nuestros dirigentes, quienes no pierden ocasión de practicar este deporte nacional más allá de nuestras fronteras.

El piloto explicó que durante los dos días anteriores los mecánicos ya habían hecho todas las pruebas necesarias para detectar la avería, pero que el avión no se enfurruñó hasta que se subió Margallo. Los aviones son aparatos muy sensibles, tienen alma de princesa medieval y son capaces de detectar el peso de un ministro o de un borbón entre varias toneladas de impedimenta (en el panel de mandos del Airbus 310 hay un indicador que advierte "ministro a bordo"). El piloto también especificó que había "una evidente falta de potencia en el motor derecho", aunque esta observación no hacía ninguna falta: ya lo sabíamos.

Sea desde el motor derecho o el izquierdo, la impotencia es una tara de fábrica de las fuerzas armadas españolas casi desde el momento en que se inventaron. A la Armada Invencible le faltó un empujón para iniciar el asalto a las islas británicas. "Yo no envié a mis barcos a luchar contra los elementos" es la frase famosa atribuida a Felipe II tras aquel descalabro náutico, una excusa que no pudo repetir el borbón a los mandos después de la derrota de Trafalgar. Durante la guerra civil, la impotencia atenazó al ejército republicano, que no pudo culminar las dos grandes ofensivas en Brunete y en el Ebro porque enfrente tenían a un verdadero especialista en gatillazos. Al igual que otros célebres dictadores amigos suyos, Franco compensaba su desastrosa vida amorosa y su falta de un testículo con la ferocidad en el campo de batalla. De su compadre Mussolini, un biógrafo contaba que, a pesar de su fama de virilidad, sus romances consistían básicamente en un apresurado coito sobre el suelo de su despacho, eso cuando le daba tiempo a llegar al suelo. De su otro compadre, Adolf Hitler, es conocida la anécdota de que durante la primera guerra mundial también perdió uno de sus motores, no recuerdo ahora si el izquierdo o el derecho. La televisión pública no para de emitir reportajes sobre el nazismo (más que nada para que nos vayamos acostumbrando) y hace poco echaron uno donde se le veía muy acaramelado junto a Eva Braun antes o después de excitar a gritos a una muchedumbre en Nuremberg. Para agradecerle los favores prestados durante la guerra, Franco le hizo esperar varias horas en aquel tren de Hendaya, donde Hitler tuvo tiempo de sobra para apearse y contemplar el paisaje. Cuando se juntaron los dos ciclanes, se hicieron unas fotos de recuerdo, las únicas que hay de ambos con todo el aparato al completo. Más de medio siglo después, Merkel, por invitación expresa de otro gallego, pudo al fin terminar el Camino de Santiago. Un buen trecho lo hicieron a pie aunque perdieron la oportunidad de patear el aeropuerto. Lástima que en las fotos que tomaron para inmortalizar el encuentro no se aprecie cuántos motores hay.

 

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