Punto de Fisión

Valérie y Francois, amor francés

En Francia existe un subgénero literario que consiste en acostarse con un presidente de la república y luego contarlo. En España no apuntamos tan alto ya que aquí lo habitual es follarse a un torero. La excepción se llama Dominguín, quien se levantó corriendo después del primer polvo con Ava Gardner y cuando ella le preguntó a dónde iba tan deprisa, él le respondió abrochándose la chaqueta: "Mujer, a dónde voy a ir. Pues a contárselo a los amigos". En realidad, la exclusiva de Dominguín fue una broma meditada y preparada a posteriori; siempre que un periodista le preguntaba si la anécdota era verdad, el matador se lo quedaba mirando como si fuese idiota: "Claro que no, lo que pasa es que queda gracioso. ¿Pero de verdad usted piensa que yo iba a desperdiciar un rato de cama con Ava Gardner para ir a fardar en el café?"

Nuestro país vecino está tan impregnado de amor por las letras que la literatura chorrea hasta de las alcobas del Elíseo. La sensación de la temporada es el libro de memorias horizontales de Valérie Trierweiler, Merci pour ce moment, un tomo que oscila entre la alta política y el graffiti de barrio, ése que dibujaba la novia despechada en la plaza del pueblo con grandes letras mayúsculas y unos inequívocos genitales en minúscula: "Paquito la tiene pequeña". La mujer que montó una opereta con intento de suicidio a base de pastillas y clínica de reposo el día en que se enteró que Hollande le ponía los cuernos con Julie Gayet, ha encuadernado el pollo en una tirada de doscientos mil ejemplares para que se entere hasta el tato. Por lo que cuentan las primeras críticas (que tachan al libro de "inmoral", "ridículo", "impúdico" y "patético"), Trierweiler afiló su pluma para despellejar a Hollande vivo pero de paso se ha trasquilado a sí misma. Mi amiga, la escritora Marta Rivera ha dicho: "La única diferencia entre Valérie Trieweiler y Belén Esteban es que una nació en el barrio de Moratalaz y la otra en el de Angers".

Aunque cuenta, igual que Sarkozy, con un encanto adicional para atraer a bellas mujeres a su regazo, Hollande parece, más que el presidente de la república, el encargado de planta de unos grandes almacenes. De hecho, entre Sarkozy y él podían haber llevado a la ruina no sólo a Francia sino también a unos grandes almacenes. Trierweiler empieza retratándose como una celosa obsesiva que no puede aguantar ver a su amante del brazo de su esposa, Ségolène Royal, y que en el primer enfrentamiento entre los tres, cuando Ségolène les sorprende cenando juntos, le asegura a su rival que no se estaban riendo de ella: "Estábamos hablando del Tour de Francia", dice, en la que probablemente sea la mejor frase del libro.

Trierweiler ha cocinado su venganza en secreto durante meses, mientras se alimentaba de una dieta exclusiva a base de rencor puro y sopa de letras. Es triste y también morboso asistir a la intimidad y las pequeñas miserias de una pareja que se mantuvo viva tantos años a base de humillaciones continuas. Es lo mismo que pasar cerca de un accidente de tráfico: los conductores frenan y nadie aparta los ojos. Según Valérie, el paladín de izquierdas que tanto la hacía reír resultó ser un clasista encubierto, frío y cínico que despreciaba a los pobres y que hacía chistes crueles sobre su familia (el padre de Trierweiler es un lisiado y su madre trabajaba de cajera en un supermercado). Cuando ella le sugiere que quizá pueda acompañarle al funeral de Mandela, Hollande replica: "No sé qué pintarías tú allí". La historia no hay por dónde cogerla porque, si todo es verdad, el verdadero misterio es qué coño hacía tanto tiempo una mujer inteligente al lado de semejante memo. Pero Valérie aguantaba todo por amor, amor francés del que se practica con la boca.

 

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