Punto de Fisión

Un Titanic de pobres

Leí la noticia de refilón, en un recuadro de este mismo diario digital, Público. El titular rezaba "Al menos cien niños mueren en el naufragio de un bote frente a las costas de Malta". El texto de la noticia, sacado de la agencia Europa Press, no aclaraba mucho las cosas: hablaba de una embarcación naufragada en algún punto del Mediterráneo, un incidente náutico donde habrían muerto alrededor de medio millar de personas. Al parecer, los traficantes de ganado humano quisieron obligar al pasaje a transbordar de barco en alta mar, una maniobra muy peligrosa a la que los pobres emigrantes se negaron. Entonces los traficantes embistieron la embarcación y la hundieron. De los quinientos pasajeros ilegales que transportaban (la mayoría sirios, palestinos, egipcios y sudaneses), sólo hay diez supervivientes.

La noticia había tenido la mala suerte de coincidir en la salida con el toro de la Vega, el referendum escocés, la enésima patochada del caso Pujol, el apoyo incondicional del PSOE al sistema monárquico, Gallardón levántandose después de la paliza, la maquiavélica elasticidad del PP al reemplazar el sacrosanto derecho a la vida por unos cuantos votos, la asombrosa capacidad etílica de Gerard Depardieu y los cinco goles del Madrid. Lo triste es que cualquiera de esos temas da más juego para un artículo que la muerte por ahogamiento de quinientas personas; incluso se podrían combinar varios, hacer un refrito ecológico entre el aborto como moneda de cambio y un pobre animal alanceado por una manada de paletos en un pueblo medieval. O bien comparar al funambulista Pedro Sánchez y sus diversas ideologías malabares en la cuerda floja con el insaciable Depardieu y sus catorce litros de alcohol diarios. Uno dice: "Soy socialista y monárquico". Y el otro: "Yo no soy alcohólico".

Sí, una cualquiera de esas mezclas habría derivado hacia un cóctel atractivo, irónico, chispeante, de ésos que se beben con una sonrisa o hasta con una carcajada, y a otra cosa. Pasar de pantalla, doblar la página. Pero escribir o leer sobre el tráfico de seres humanos, sobre supervivientes de guerras atroces que intentan huir de los infiernos de África y se ven embarcados en la balsa de la Medusa; embriones de esclavos que mueren gratis, por docenas, por cientos, sin ocupar más que una línea en los periódicos, es como beber un buche de agua de mar. Y hace mucho que el periodismo reemplazó la denuncia social por la alta costura.

Una agencia de prensa italiana eleva a setecientos el número de desaparecidos, pero esa simple adición de carne humana no significa nada, no barniza de negritas la catástrofe. Ay, si hubieran sido estadounidenses; si hubieran sido italianos, franceses o españoles en un crucero: con sólo media docena de ahogados ya daban para varias portadas, reportajes, editoriales y tertulias. Pero eran negros, eran musulmanes, eran los ceros a la izquierda del mundo. Eran un Titanic de pobres. Repito: sirios, palestinos, egipcios y sudaneses; hombres, mujeres y niños, medio millar de gentes desesperadas, centrifugadas por el hambre o la guerra, engañadas por la mafia, hundiéndose en la muerte de rodillas ante el empacho de sangre del periodismo y nuestro bostezo somnoliento.

 

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