Punto de Fisión

El inocente Blesa

Si le quitamos a Blesa la fachada, es decir, el traje, la gomina, la escopeta, los trofeos de caza, las tarjetas, los millones, el cargo y la amistad con Aznar, ¿qué nos queda? Nada. Un preferentista. Un pobre hombre que no se enteraba ni del Nodo. Es lo que se desprende de sus respuestas en la Audiencia Nacional para que explicara al fiscal, entre otras cosas, por qué no había declarado las retenciones fiscales sobre los gastos realizados con las tarjetas opacas: "A mí nadie me dijo nada sobre si había que declararlas o no. Pensaba que sí se declaraban, pero no lo sabía. Me ha sorprendido que no se hiciera. Lo he descubierto ahora".

He aquí que el presidente de Caja Madrid, con un sueldo de casi tres millones de euros anuales, no sabía si se declaraban o no las retenciones fiscales. Lo mismo que si fuese un gañán recién escapado del campo, un delantero argentino, un cantamañanas. Menos mal que el propio Blesa era inspector de Hacienda en excedencia, porque si no hay que llamar a declarar a otro inspector, Clouseau. Teníamos al frente de una de las grandes cajas de ahorros públicas al oso verde del anagrama hablando como si fuese el cajero lerdo de Atraco a las tres: "Nadie me dijo nada". Pero ¿quién estaba por encima de este hombre de Dios? ¿Superman? ¿El conserje? ¿El madroño? ¿Y a quién iba a preguntar, alma bendita, cuando dirigía una de las mayores entidades financieras del país y no sabía siquiera si los gastos de una tarjeta se declaraban o no? ¿A Jose Mari, que le puso a dedo en el puesto? ¿A Bárcenas? ¿Pero quién era el asesor fiscal de este pobre hombre? ¿Bigote Arrocet? ¿Chiquito de la Calzada?

Los preferentistas firmaban contratos que en la letra pequeña escondían un fraude acojonante. Su defensa, desdeñada por la Justicia, era que desconocían por completo lo que estaban firmando. Ahora vemos lo que ya sospechábamos: que cualquiera de esos miles de analfabetos en economía estafados impunemente podía haber dirigido Caja Madrid con mejores garantías de futuro y mucha más transparencia que este erudito en ignorancia que sólo estaba ahí a sus tarjetas y a sus balas.

La operación, claro está, no es conmutativa. No vale añadirle a una de esas desdichadas víctimas de la estafa de Caja Madrid el dinero, las influencias y el cargo para obtener un ejemplar humano como Blesa. Hay algo más, que en este caso es algo menos. No basta darle una escopeta y una licencia de caza a un hombre para que se ponga a matar animales como un carnicero enloquecido. Blesa le pidió el viernes al juez que reclamara él mismo los 16 millones de la fianza a la aseguradora, que él no llevaba suelto encima. La peña anda embelesada admirando los trucos de prestidigitación de ese nuevo artista del postureo llamado Nicolás y no acaba de pillar que el poder está repleto de viejos nicolases que empezaron a hacerse fotos hace cuatro o cinco décadas, nicolases a los que ya se les ha caído el pelo o que se lo pringan para atrás. Alguno empezó a hacerse fotos antes, en el pupitre del cole.

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