Punto de Fisión

Ese arquitecto del que usted me habla

No nos asusta el ébola sino el alzheimer. La epidemia de ignorancia total que asola al PP empieza a tomar rasgos épicos. Los hay que no recuerdan si las tarjetas de Caja Madrid se las han bebido o se las han esnifado, mientras que otros prácticamente ya no distinguen ni el cargo por el que cobraban tres millones de euros anuales. Antes sus continuas incongruencias y dudas de abuelete, el juez tuvo que recordarle a Blesa que no era el botones sino el presidente de una caja de ahorros, y a Blesa, teñido de estupor, por poco se le ocurre preguntar: "¿De qué caja me habla?" Últimamente Génova es una sucursal de Macondo en aquel tiempo aciago en que cayó sobre la aldea la plaga de la desmemoria y la gente fue olvidando hasta el uso del diccionario. No hay más que ver a Mariano Buendía, que ya no conoce ni a sus amigos de toda la vida, y simplemente los nombra con un socorrido circunloquio: "Esa persona de la que usted me habla". Cualquier día de éstos, Rato, Bárcenas y los demás imputados van a colgarse un cartelito con su nombre y apellidos en el pecho; pero les va a dar lo mismo, que Mariano no entiende su propia letra, como para entender la ajena.

El último en caer en la trampa traicionera del olvido ha sido Ángel Acebes, un hombre al que la confusión le viene de antiguo, por lo menos de cuando era ministro, y que aún no tiene muy claro si los etarras son yihadistas o los yihadistas etarras. Cuando el juez Ruz le preguntó si conocía a Gonzalo Urquijo, el arquitecto que reformó la sede central del PP con una tonelada de dinero negro, Acebes negó muy cristianamente, al estilo de Pedro después de la crucifixión. Se ruborizó cuando el juez le enseñó una fotografía donde sólo faltaba el Gólgota y las tres cruces: estaba él mismo, sonriendo, estrechando la mano del arquitecto, y Mariano en medio, como Cristo en vísperas de subir a los cielos. Acebes insistió en que él a ese señor no lo conocía de nada, que él, en las recepciones del PP, saludaba a muchos invitados, tantos que se le acalambraba la mano. Si llega a desconocer un poco más, niega a Mariano y a sí mismo de paso. Eso sí, le concedió al juez el beneficio de la duda: "Yo no sé si es el señor Urquijo porque no lo conozco, pero si usted dice que es él, será". A continuación podía haber pedido el comodín de la defensa y solicitar una búsqueda rápida de arquitectos llamados "Gonzalo Urquijo" en Google y en Facebook para quedarse tranquilo.

En ese momento es posible que incluso el juez Ruz empezara a dudar. Todos hemos pasado alguna vez por el mal trago de hojear un álbum de recuerdos y contemplar al desconocido que fuimos en una foto, uno de esos momentos que intentamos olvidar con tanto éxito que al final lo logramos. Para unos es una mujer, para otros una caja negra, un amigo del alma, un arquitecto. Mariano le tecleó un correo de ánimo a Luis Bárcenas y al dar al botón de enviar borró todo el disco duro. Acebes se podría disculpar con Urquijo mediante aquella excusa genial de Oscar Wilde: "Perdóneme, no lo había reconocido: he cambiado mucho".

 

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