Punto de Fisión

Reivindicación del Conde Goytisolo

En la Reivindicación del Conde don Julián hay un episodio famoso, cuando el protagonista entra en la biblioteca española de Tánger, selecciona unos cuantos tomos de Calderón y de Quevedo y, aprovechando que no mira nadie, vacía una bolsa llena de moscas muertas entre las páginas de los libros para espachurrarlas de un solo golpe justiciero. Ese pequeño atentado culturicida recuerda el odio que el joven Goytisolo sentía por la literatura clásica española, el mismo que le atenazaba ante cualquier ídolo dictado desde el colegio. Algún tiempo después tuvo oportunidad de leer a esos mismos clásicos que había despreciado en un acto reflejo (Calderón, Quevedo, Lope, Cervantes, Fernando de Rojas) y comprendió que se había equivocado: "Los odiados manuales de literatura tenían razón".

Con la concesión del premio Cervantes a Juan Goytisolo se premia a uno de los narradores fundamentales de la posguerra, quizá el más arriesgado de todos, y, al mismo tiempo, el que más ha trabajado por enlazar con la gran tradición literaria española. En su obra hay guiños a La lozana andaluza y al Libro de Buen Amor, referencias cruzadas a Santa Teresa y a San Juan de la Cruz en una tentativa de recobrar una vía perdida desde el Siglo de Oro: la sensualidad elevada al plano de la mística y la espiritualidad traducida a carne y piel. De ahí que el anónimo exiliado en Tánger planeara una invasión de la península a través del lenguaje, un acto de barbarie simbolizado en la sangre de esos insectos con los que intentaba reanimar la letra muerta. Para quienes se preguntaban si Juan Goytisolo rechazaría el premio, habría que señalar que Wert no puede recibir una bofetada mayor que la de estrechar la mano de un escritor que ha apareado gozosamente el español con el árabe. Wert, un ministro con nombre y pinta de rey godo, va a asistir a la reivindicación del Conde Goytisolo, un novelista que hace más de cuatro décadas certificó la defenestración de una cultura putrefacta para tomar el camino del Magreb.

En aquellos tiempos, a finales de los sesenta, mientras sus libros seguían prohibidos en España, Goytisolo se fue apartando del realismo social de sus inicios en una trilogía que empezó en Señas de identidad, prosperó en Reivindicación del Conde don Julián y culminó en Juan sin Tierra, tres estaciones de un viacrucis narrativo que lo encaminaba al exilio y a una serie de descubrimientos personales que lo transformaron completamente como escritor. En Coto vedado, el primero de sus dos grandes libros de memorias, cuenta su estupefacción al descubrir que, con apenas un puñado de novelas publicadas y gracias a sus contactos en Gallimard, se había convertido en el autor español más traducido al lado del mismísimo Cervantes. Decidió hacerse digno de ese honor forjando una narrativa martilleada al límite del idioma, consciente de que el deber más alto de un escritor es devolver una lengua distinta a la que en su día le fue entregada. Lo hizo sin apartar la mirada de los pobres y los desposeídos que habían poblado sus primeras novelas, sin abandonar el tono de denuncia de Campos de Níjar, pero dotándolo de una cadencia oral, un poderío metafórico y una imaginería visionaria que lo llevaban mucho más lejos, como el vagabundo de las orejas arrancadas que protagoniza Makbara, con las solapas del abrigo alzadas sobre "una doble ausencia". Lo hizo también sin olvidar ni el compromiso político ni la autobiografía, en una apuesta literaria a todo o nada.

Ya dijo una vez, hace exactamente seis años, al recibir la noticia de la concesión del Premio Nacional, que no le produce ninguna emoción especial recibir un premio y que en realidad desconfía de ellos tanto como abomina de los cenáculos y camarillas literarias. También advirtió que hoy en día la censura no es política sino comercial, cuando el alcance y el valor de un libro se miden únicamente en el número de ejemplares vendidos. Por eso sigue recluido en su voluntario destierro de Marrakech, muy cerca de la plaza de Xemaá-el-Fná, junto a los contadores de cuentos y los encantadores de serpientes, estampando moscas dentro de los clásicos, soñando con una invasión que abra de una vez las puertas a los miserables y hambrientos de la tierra.

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