Punto de Fisión

Mariano Margaret Dumont

Cada día más los debates parlamentarios se parecen a una película. Unos debates son de suspense, otros de terror, la inmensa mayoría de las veces de arte y ensayo. El de ayer, para variar, fue una película muda con diálogos. El nivel de abstracción que ha alcanzado en el arte de la oratoria le permitiría al presidente subir al estrado tranquilamente con unos cartelitos e irlos enseñando uno a uno a la audiencia mientras debajo, en lugar de un taquígrafo, le acompaña un pianista. En la mayoría de los cartelitos no haría falta ni siquiera palabras: con unos dibujitos, Mariano ya se explica de sobra.

Los guionistas que le escriben los discursos podrían optar a un Oscar por algunas de las mejores frases de comedia de los últimos años, pero la verdad es que lo que las vuelve realmente irresistibles es el aire de seriedad que les imprime Mariano. Mariano es como Margaret Dumont pero con barba. No sé si recuerdan a Margaret Dumont, aquella señora encantadoramente mostrenca que paseaba por las películas de los hermanos Marx como una yegüa por un submarino. La Dumont se quedaba fascinada mirando a Groucho, que no dejaba de parlotear, y, cuando ella iba a soltar su réplica, tenía que chapar otra vez la boca ante la ametralladora de chorradas que de repente se le acababa de ocurrir al más marxista de los tres hermanos. Muchas de aquellas escenas delirantes se grabaron a la primera toma y la impresión de nerviosismo y naturalidad que producen no es más que un reflejo de la prisa y la improvisación con que estaban acostumbrados a trabajar los Marx desde sus comienzos en el vodevil. Lo mejor de todo es que la pobre mujer era tan ingenua que ni siquiera se enteraba de que estaban perpetrando una payasada enloquecida; Margaret se pensaba que su papel iba en serio, de ahí que muchas películas de los Marx parezcan la yuxtaposición de un vulgar enredo sentimental y un disparate absoluto. Lo mismo que Mariano cuando se sube a la tribuna de oradores.

Mariano empezó a hablar de la corrupción como si hablara del tiempo: ya amainará. En lugar de Groucho él tiene enfrente la realidad. El señor de los hilillos, el hombre que confundió tropecientas toneladas de crudo contaminante sobre el mar con unas trenzas de pastilina, logró otra estupenda metonimia al extender el PP sobre toda la superficie de la península ibérica: "España no está corrompida". "Ni Portugal" tenían que haberle respondido, pero en la oposición andan muy ocupados comiéndose las vocales. La identificación entre un país saqueado, desahuciado y cabreado con la cuadrilla de gangsters que lo dirije fue sólo el primer hallazgo semántico de un poeta en pleno dominio de sus poderes. No negó que en su partido hubiese "problemas serios e importantes" pero no especificó si se refería a las cuentas en Suiza, al tesorero en prisión y a los otros tres que aguardan turno, a la casi inconcebible trama Gürtel, al escándalo de las tarjetas opacas, a más de media bancada de ex ministros sentada en el banquillo o al hecho de que la sede de Génova está financiada con dinero negro. Probablemente se refiriera al partido del domingo.

Cuando le tocó hablar de Ana Mato de fondo sonaban violines: parecía que, más que dimitir, la ministra hubiese ascendido al cielo en cuerpo y alma, como Remedios la Bella. Fue el único momento en que Pdr Snchz tuvo un atisbo de lucidez, cuando replicó si no habría dejado el cargo por motivos de salud. De sanidad, más bien. "Nadie entendería que no hubiera entendimiento" zanjó Mariano en su mejor estilo Dumont. Al final nos reímos mucho todos. Mayormente, él.

 

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