Punto de Fisión

Bofetada cuántica en Terrassa

Entre el negocio de exportación de billetes de la familia Pujol y los espeluznantes casos de brutalidad policial, Cataluña cada día se parece más a España. Tanto se le parece que, de seguir este ritmo de muertos en comisarías y de cuentas nada corrientes en el Caribe y en Andorra, Cataluña puede acabar llamándose España 2.0 y viceversa. El roce hace el cariño aunque para ser el padre de la patria catalana, Pujol podría ser también hijo adoptivo de Madrid y nuero oficial de Valencia.

Lo de las comisarías no es de risa, aunque leyendo esos autos judiciales que exculpan a los mossos de cualquier responsabilidad por sus actos vandálicos, sacando ojos a pelotazos y sesos a guantazos, uno se pregunta si allí los jueces hacen horas extras en El Club de la Comedia. En la penúltima sentencia que nos ha llegado del futuro país vecino hay pasajes que parecen escritos a pachas entre Chiquito de la Calzada y Woody Allen, que por algo aprovechó para irse a rodar una comedia a Barcelona: "En un momento determinado de la actuación, y sin que se haya podido determinar el motivo, uno de los agentes propinó una bofetada a Jonathan Carrillo, de intensidad no determinada pero en cualquier caso pequeña y que no causó lesión ni marca alguna, que sin embargo sí le hizo caer al suelo".

Lo indeterminado de tantas indeterminaciones no es tan tonto como pudiera parecer, porque aquí se están sentando las bases de un nuevo fenómeno científico: la bofetada cuántica. Según los cuatro agentes, Jonathan iba bastante borracho y, claro, se cayó al suelo a plomo él solo por culpa de Isaac Newton, a quien no empapelaron porque, por suerte para él, no andaba por allí cerca. Tampoco se abrió ninguna diligencia para aclarar el tema de la bofetada, puesto que ninguno de los acusados dijo que hubieran abofeteado a Jonathan. El hecho puramente anecdótico de que unas vecinas aseguraran que habían visto a uno de los cuatro policías golpear a Jonathan en la cara no importa ni un pimiento, porque ninguna de las vecinas era Esperanza Aguirre.

Para corroborarlo, en la sentencia ni siquiera se especifica cuál de los agentes no abofeteó a Jonathan, un detalle que explica por sí solo que a esta emocionante y épica literatura se la denomine "fallo judicial". En otros países más derrochadores se gastan un dineral para investigar los efectos de la física cuántica en aceleradores de partículas; en España, y concretamente en Cataluña, basta con cuatro agentes de la ley que se ponen a jugar al manos quietas. Con lo que queda suficientemente probado que una bofetada policial en Tarrasa es como un electrón: no puedes saber a la vez su velocidad y su posición, pero llevártela, te la llevas, y como protestes, en estéreo.

Por último, uno de los agentes llamó a una ambulancia porque veían que el chaval estaba muy bebido y no se acababa de levantar. Trasladaron a Jonathan a un hospital donde le hicieron pruebas para comprobar su estado de embriaguez y luego ya se les murió. Lógico porque los policías no pueden estar en todo y tampoco les habían advertido de que se había golpeado en la cabeza. Estaban muy ocupados dividiendo una bofetada entre cuatro y viendo que, contra toda aritmética, les daba igual a cero. La culpa fue toda de la calzada. De Chiquito de la Calzada.

 

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