Punto de Fisión

Nepal es que ya era así

Hay una despiadada ley cósmica según la cual las grandes catástrofes casi siempre se ceban con los países más pobres. Es como aquella viñeta brutal de El Roto en que se veía una chabola descojonada, con tres gallinas patas arriba y unas cuerdas de tender la ropa, y donde un monigote humano aseguraba: "No, señor. Aquí no ha habido ningún terremoto. Esto es que ya era así".

En Haití, después de que un seísmo dejara la isla temblando, encima los supervivientes tuvieron que aguantar esta ocurrencia de Salvador Sostres. Si ya la han leído, y de paso han terminado de vomitar, coincidirán conmigo en que, por desgracia, se trata de un pensamiento muy común (por llamarlo de alguna manera) ése de que es mejor que las desgracias les ocurran a los que ya están acostumbrados a ellas. En lo que a mí respecta, creo que ese pensamiento, aparte de repugnante, incurre en una paradoja radical, la de que nunca deberían aparearse juntas las palabras "mejor" y "desgracia". En especial cuando hablamos de miles de víctimas. Ni siquiera cuando se habla de Sostres.

Evidentemente, ese mismo terremoto en Japón o en Chile no hubiese causado tantos daños, lo cual contradice palmariamente la tesis de que los desgraciados están mejor preparados para las desgracias. En Nepal un seísmo de casi ocho grados en la escala Richter ha devastado medio país y los periódicos occidentales, para evitar confusiones, dividen ordenadamente a los más de tres mil muertos en tres categorías principales: nepalíes en general, compatriotas de vacaciones y montañeros al pie del Everest. Estas dos últimas categorías son, obviamente, las más frecuentadas por el lector occidental ante la imposibilidad metafísica de acceder a la primera. Aunque nunca haya subido a nada más alto que una silla, un lector europeo o estadounidense va a buscar primero la noticia de los alpinistas sepultados en una avalancha, los diecisiete muertos subrayados entre los tres millares. Desde la distancia, es mucho más fácil sentirse identificado con un escalador, sea del país que sea, que con un pobre que come dos puñados de arroz al día.

Esta costumbre de dividir a los muertos entre propios y ajenos, turistas y autóctonos, pobres y ricos, no la ha inventado el periodismo sino que más bien viene inscrita en los genes de la tribu. Es el mismo principio de familiaridad que manda imprimiar un titular a toda página para un atentado islamista en París al tiempo que arrincona otro atentado islamista en Kabul con cien víctimas más al fondo de la sección de internacional, casi en la página de meteorología. Los muertos son todos muertos pero, como diría Orwell, unos son más muertos que otros. La conclusión, claro está, es que los nepalíes, lo mismo que los afganos o los keniatas, estaban ya casi muertos y lo único que hizo el terremoto o el atentado fue empujarlos hasta su lugar natural. Sí, señor, aquí ha habido un terremoto, pero esto es que ya era así.

 

Más Noticias