Punto de Fisión

Circo y teatro en Las Vegas

En el boxeo todo sucede tan rápido que hay un combate del siglo cada año, hay años que uno al mes y años que uno al día. Pero sin duda, el combate del siglo de este año y muy posiblemente de la próxima década, es el que va a enfrentar el próximo sabado a Floyd Money Mayweather contra Manny Pacman Pacquiao por el cetro de los pesos welter. El pugilismo es un deporte que, en lo que a pasta y espectáculo se refiere, deja en ridículo a cualquier otro, incluidos fútbol, baloncesto, tenis, atletismo, fútbol americano y voleyplaya femenino. Juntos y revueltos.

Para probarlo basta la aritmética. La ceremonia del sábado ha generado un baile de cifras que da vértigo y que sanearía la economía de muchos países. Las entradas más baratas oscilan entre 1.500 y 7.500 dólares pero se agotaron en menos de un minuto; en la reventa un asiento ya ronda los 140.000 dólares. Hay más de 150.000 habitaciones de hotel contratadas en Las Vegas a más de 1.600 dólares la noche, por no hablar del pastizal que moverá la retransmisión por cable, que ha sido contratada al alimón por HBO y Showtime y será difundida a más de 150 países. El domingo, cuando todo haya terminado, Mayweather y Pacquiao se repartirán al 60/40 una bolsa que ronda los 300 millones de dólares. Algo que ni podía soñar el pequeño luchador filipino cuando se partía la cara por dos dólares en las calles de Manila.

En cuanto al espectáculo, empezó hace cinco años, desde que corrió el rumor de un combate entre los dos mejores púgiles de los últimos tiempos. Los especialistas dicen que la pelea llega cinco años tarde, los que Mayweather ha estado esquivando a Pacquiao fuera del ring para aumentar la expectación y engordar la bolsa hasta batir todas las marcas. Los fanáticos babean ante la posibilidad de que Pacman, un pegador nato, todo coraje y corazón, noquee por primera vez a Mayweather, un púgil que jamás ha perdido una pelea y jamás ha caído a la lona (aunque en su palmarés pese una más que dudosa victoria a los puntos ante el mexicano José Luis Castillo en 2002 por el campeonato de los ligeros). El norteamericano es, indiscutiblemente, el mejor boxeador de los últimos tiempos y el filipino es el único que hoy en día puede vencerlo.

Entre aficionados y especialistas las simpatías caen del lado de Pacquiao, aunque todos saben la máquina de esquivar y pegar a la que se va a enfrentar la madrugada del sábado, un alquimista del ring con alas en vez de pies, un junco por cintura y una libélula por cuello. Mi amigo, el entrenador Jero García, que sabe mucho de esto, me dice que su mano derecha está con Mayweather y la izquierda con Pacquiao: "El filipino cuenta con una oportunidad en los primeros asaltos, cuando Mayweather, que es un tipo al que le cuesta entrar en la pelea, todavía esté frío. Ahí puede hacerle mucho daño y si va a ganarle, tiene que hacerlo por KO antes del sexto asalto. Yo que tú, apostaría a una victoria por KO a favor de Pacquiao, ahora las apuestas están contra él ocho a uno". De todos modos, la historia del boxeo es también la arqueología de la lógica derrotada y los pronósticos hechos polvo. Ahí están, por sólo hablar de los pesados, la alucinante victoria de Alí contra Foreman en Kinshasha, la sorpresa mayúscula que dio James Buster Douglas al derribar por primera vez a Mike Tyson o la imprevista hostia explosiva de cinco centímetros de recorrido con la que un cuarentón Foreman pulverizó el mentón de Michael Moorer.

Joyce Carol Oates, autora del mejor libro sobre pugilismo jamás escrito, decía que el boxeo es "el gran teatro trágico de los Estados Unidos de América". Así se levantará otra vez el telón de una lucha en la que Mayweather, el invicto, el intocable, lleva casi una década bordando el papel de gladiador malo en el circo americano. Ha hecho lo imposible por olvidar aquella infancia con un padre traficante y una madre drogadicta; ahora colecciona automóviles de lujo como si fuesen de juguete y sube al ring con un protector dental por valor de 25.000 dólares. Entre multas y estancias en la cárcel por violencia doméstica, ninguna firma comercial quiere apadrinarlo y sus calzones van limpios de publicidad mientras que los de Pacman valen más de dos millones. Para caldear un poco más los ánimos, a su rival lo ha llamado "vendido" y "tonto amarillo", y ha dicho que "cuando lo destroce, haré que ese hijo de puta me haga un rollo de sushi y me cocine un poco de arroz". Sabe que, aunque pelea en su casa, más de media entrada estará contra él, deseando que le partan la cara de una vez, como a Mac Arthur en Filipinas, mientras otros esperan que gane y se retire sin conocer la derrota a ese selecto club donde militan Ricardo López, László Papp y Rocky Marciano. La madrugada del sábado en Las Vegas, cuando ambos suban al cuadrilátero, se acabará el teatro y empezará el boxeo, el único deporte donde no se juega.

 

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