Punto de Fisión

Votar borrachos

La intención de voto es uno de esos sintagmas resbaladizos con el que conviene no jugar mucho, ya se sabe que la oposición está empedrada de intenciones de voto. Es como aquel fastuoso tacaño que por una vez le anuncia a un amigo: "Tengo la intención de invitarte". Y luego añade: "Pero sólo la intención, que conste". A las intenciones hay que valorarlas en su justa medida, que suele ser muy poca. Y luego está esa inmensa mayoría que todavía no se ha enterado bien si voto se escribe con v o con b.

Aun así, los últimos sondeos no dejan de ofrecer algunas jugosas contradicciones. La más suculenta de todas es la que muestra la disparidad entre la intención de voto y la valoración de candidatos, entre los que se da la paradoja de que los peor valorados son los que más probabilidades tienen de ganar y viceversa. Esto no es tan paradójico como pudiera parecer, puesto que si Esperanza Aguirre parte como clara favorita a la alcaldía de Madrid es precisamente porque la conocemos mucho mejor que a Antonio Carmona o Manuela Carmena, quienes, al lado de ella, son perfectos desconocidos. De Aguirre, como Esperanza que se llama, ya se sabe lo que puede esperar uno, desde poblar el gobierno de ladrones a dos manos, como hizo en su anterior etapa de presidenta, a ciscarse en un agente, atropellarle la moto y darse a la fuga. Mientras que Carmena o Carmona (gran nombre para un dúo cómico) vaya a saber usted qué hubieran hecho en la misma situación, probablemente obedecer la ley y acatar la multa correspondiente. Lo cual es una vergüenza, porque no se entiende muy bien para qué quiere uno votar a un alcalde o alcaldesa que luego se comporte como un ciudadano cualquiera, es decir, como un pringao y un gilipollas.

La pésima valoración de Esperanza Aguirre unida a su popularidad a prueba de corruptelas y podredumbres demuestra que los madrileños siempre hemos sido un poco padrazos: sabemos perfectamente que la niña es un peligro público pero, oye, es nuestra niña y hay que quererla mucho. Otros votantes, en cambio, funcionan según el comprobado Síndrome de la Tía Buena, la cual indefectiblemente se decantará por el novio más cachas, canalla y pinturero no porque no haya candidatos a todas luces mejores, más humildes y trabajadores, sino precisamente por haberlos. La mala nota en las encuestas es el intermitente a la derecha: la chica se va del brazo del zascandil cantamañanas no porque no sepa que es un zascandil y un cantamañanas, sino precisamente porque lo sabe de sobra.

Desde hace más de dos décadas, el pueblo madrileño va a las elecciones borracho perdido, como Miguel Rellán en Amanece que no es poco, que agarraba tal cogorza de buena mañana que acababa desdoblado en dos aunque luego sólo podía votar uno. En la urna electoral, ante la duda epistemológica entre la valoración y la intención, el madrileño siempre hace lo mismo: señala al más borracho de los dos diciendo "que vote éste, que tiene mejor gusto".

 

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