Punto de Fisión

La democracia era esto

Se oyen por ahí voces que claman disgustadas porque la Eurocámara ha aprobado bajo cuerda dos tratados, el TTIP y el TiSA, que nos entregan a los ciudadanos europeos, atados de pies y manos, al dictado de las grandes multinacionales. "La democracia no es esto" dicen unos. "Lo llaman democracia y no lo es" dicen otros, para ir ensayando con el megáfono. Lamento traer malas noticias pero sí, la democracia indirecta o representativa es exactamente esto. Se delega la responsabilidad individual en unos representantes elegidos mediante unos comicios y luego esos representantes hacen lo que les da la gana. O mejor dicho, lo que se les ordena.

Sí, ya sé que la democracia significa "gobierno del pueblo" pero la etimología griega no tiene mucho que ver con su puesta en práctica. De hecho, en Atenas, donde se les ocurrió el invento, estaba excluida de las votaciones la mayor parte de la población, incluyendo a trabajadores, esclavos y, por supuesto, mujeres, aunque, en teoría, la democracia se refería al "gobierno de los artesanos y campesinos", excluyendo a los esclavos y a los nobles. Resulta cuando menos curioso que esta división fuese aproximadamente la misma que reapareció en 1776, en la independencia de Estados Unidos, y poco después, en Polonia y en Francia. Allí tampoco votaban ni las mujeres ni los esclavos. Pero lo que se agitaba como mar de fondo, en la Declaración de los Derechos del Hombre y en gran parte de los escritos teóricos que inspiraron la Revolución Francesa, era el auge de una nueva clase social, la burguesía, en detrimento de la aristocracia. En otras palabras, el declive del Antiguo Régimen, que aún tardaría casi un siglo en morir, y el florecimiento de la democracia liberal, que hoy campa a lo largo y ancho del mundo, supondría a la postre poner el poder político en manos de los comerciantes.

Disculpen estas lecciones elementales de historia resumidas a brochazos, pero es necesario retrotraerse a los orígenes para comprender la ferocidad del animalito que hemos amamantado y que hoy rige nuestros destinos en Occidente. Incluso el padre del liberalismo económico, Adam Smith, ya advirtió del peligro de entregar las riendas políticas a una piara de mercachifles: "Los comerciantes del mismo gremio rara vez se reúnen, incluso para pasar un buen rato, sin que la conversación termine en una conspiración contra el público o en alguna estratagema para aumentar los precios". Repasen ustedes el anterior párrafo de La riqueza de las naciones, el Antiguo Testamento del neoliberalismo, publicado nada menos que en 1776, y vean si puede aplicarse, sin cambiar ni una coma, a los ejercicios espirituales del Club Bilderberg o incluso a los sanfermines del G7.

Hoy día el teatro griego ha degenerado en guiñol y cada eurodiputado es como el perrito aquel de la EMI oyendo la Voz de su Amo. Aplicando principios de la física newtoniana (especialmente la armonía preestablecida) al estudio de la economía, Adam Smith acuñó el célebre término de "mano invisible" para explicar el mecanismo de libre regulación de los mercados. Dos siglos y medio después ya sabemos que, efectivamente, ni los mercados se regulan solos ni la mano es tan invisible como parece: el codo nace directamente de las grandes compañías y multinacionales y la mano está metida hasta el fondo del culo de nuestros obedientes eurodiputados.

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