Punto de Fisión

El crimen perfecto de la Troika

Hay muchas lecciones tristes que se pueden aprender tras lo sucedido con la deuda griega, pero quizá la más triste de todas sea la siguiente: es mejor ser un asesino que un golfo. Sale más a cuenta. Está mucho mejor visto bombardear ciudades, matar por millones, violar mujeres y establecer campos de exterminio, que falsear las cuentas, trampear en las pensiones y ser un moroso. Por eso a los alemanes se les perdonó la deuda, después de dejar Europa y parte del extranjero hechas una braga, y por eso a los griegos no los toma en serio nadie. No iba a ser porque unos son alemanes y otros son griegos, no vayamos a pecar de racistas.

Hablando de racismo, lo que algunos medios alemanes y europeos han dicho de los políticos griegos y del pueblo griego, así en general, es que son vagos, embusteros, tarambanas y chorizos. Que no se puede confiar en ellos, vaya. Son adjetivos que suelen aplicarse en los suplementos de economía a los pueblos mediterráneos y al sur de Europa en general, generalizaciones tan exageradas y tan poco correctas como tachar a los alemanes de cabezas cuadradas, poco imaginativos, proclives al genocidio y, sí, un pelín nazis. Como si Hitler, Göering, Göebbels y toda la banda hubieran organizado el partido en un chiringuito de Huelva y luego hubieran tomado el poder gracias a unos mitines que dieron en Creta.

La verdad es que este tipo de tópicos no conducen a ningún sitio, salvo, quizá, a Munich. Todo novelista sabe que la verdad reside en los detalles ("los divinos detalles" decía Nabokov) y eso tiene muy poco que ver con monsergas como el carácter nacional y el destino histórico. Para descender a ras de tierra sería necesario contar con una crónica meticulosa de las reuniones del Eurogrupo, pero tal cosa, por desgracia, no es posible. Nadie debe saber qué ocurre ahí dentro, en las orgías ibicencas de la Troika. Los manejos económicos son los genitales de la democracia y Bruselas el orinal donde chapotean juntos el semen, la sangre, la baba y la mierda. Por eso el público no debe asistir a la pornografía íntima de esos acuerdos, y por eso Lagarde y los demás banqueros se pusieron tan nerviosos cuando Varoufakis anunció que había grabado en secreto algunas de sus conversaciones con los capos.

Piénsenlo bien: Draghi, Lagarde, Djisselbloem, Schäuble, la mayoría de ellos elegidos a dedo, como los jefes de la camorra; la mayoría de ellos delincuentes en diversos grados de putrefacción, algunos ladrones, otros acusados de sobornos y relacionados con traficantes de armas. Y esta es la gentuza que rige los destinos del continente, los que deciden sobre no sólo sobre nuestro dinero sino también sobre nuestro futuro. Si a un novelista alcoholizado se le ocurriera semejante trama -un continente entero secuestrado por una banda de mafiosos, una población idiotizada que sigue los dictados secretos de un puñado de millonarios, un robo gigantesco que tomó el nombre de "crisis"- no se la iba a creer nadie. Ni siquiera él mismo sabría si contarlo en clave de novela negra o de ciencia-ficción, cuando en realidad lo que estaría escribiendo es el último capítulo de la Historia de Europa.

 

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